Bellísima, de un realismo sorprendente, con actuaciones vertiginosas e inolvidables, especialmente de su actriz protagónica Virginie Efira (Other People’s Children, Benedetta), “Nada que perder” (Rien à perdre, 2023) es el excelente debut en la ficción de su directora y coguionista Delphine Deloget.
Sylvie es una madre soltera con dos hijos que ama cariñosamente, Jean-Jacques y Sofiane, un adolescente y un niño, con los que vive felizmente en un pequeño departamento que es más parecido a la representación de la realidad de un lugar donde viven una madre soltera y dos hijos hombres, que los espacios que algunas películas y comerciales fantasiosos intentan pasar por verídicos. El bar en el que Sylvie trabaja por las noches, en la barra, se está cayendo casi a pedazos, entre la desorganización -nunca sabremos cómo es que llegó una gallina al bar- y la poca manutención de las instalaciones.
La protagonista es además el soporte emocional de su hermano menor Hervé (Arieh Worthalter), que tiene problemas de salud que complementa con un comportamiento errático, que por momentos parece posicionarlo casi como si fuera el hijo mayor de nuestra sobrecargada protagonista. Como si todo esto fuera poco, en el poquísimo tiempo libre que le queda entre criar a sus hijos, trabajar y pasar un poco de tiempo carreteando con sus amigos, ella cuida al bebé de su vecina y amiga.
Mientras los meses y los años pasan, ve con distancia cómo sus sueños de irse a España se disuelven en el torbellino en el que vive, envuelta en ese caos feliz que puede ser a veces la vida y en el agotamiento correspondiente que no parece darle tregua. Pero todo esto no es algo excepcional, es solo un retrato fiel de una vida como hay tantas otras miles, algo que esta película sabe hacer con honestidad, diálogos que se sienten naturales y actuaciones muy bien calibradas.
Es el retrato completo de una mujer al centro de una familia, con sus diferentes aspectos de su personalidad, su energía, sus amistades, sus pequeñas batallas diarias, recuerdos lejanos de relaciones que no siguieron y los anhelos de “poder ordenar todo”, esperando que sus hijos crezcan un poco más para retomar una vida sentimental que no extraña y para lo que no tiene tiempo.
No es necesario necesariamente que haya un interés amoroso en una historia para que funcione y me gustó el hecho de que Delphine eliminó este factor de la narrativa. Una persona puede estar soltera sin estar necesariamente desesperada por tener a alguien en su vida. – Virginie Efira
Un día como cualquier otro, por un descuido, Sofiane, el impulsivo hijo menor de Sylvie -más parecido a su madre de lo que ella misma reconocería- se le ocurre hacer papas fritas en la mitad de la noche. Su hermano mayor duerme y su madre está en el bar. El accidente que el niño sufre da inicio a la trama, el proceso burocrático que la policía debe iniciar cuando un niño herido llega a un hospital y el cuestionamiento posterior a una madre ausente en un momento crítico. ¿Es Sylvie una madre competente?, según las reglas del estado francés que no tienen interés en diferenciar un caso del otro, no. Aquí comienza una pesadilla familiar llena de angustia y quiebres para Sylvie.
Lo que me interesaba era la espiral que a veces conduce a aberraciones administrativas y jurídicas. Los servicios sociales aplican una sentencia judicial, pero dichas sentencias a menudo se basan en el temor de pasar por alto potencial abuso de los padres. Aplicar la cautela tiene sus ventajas, pero a veces también puede resultar contraproducente. La falta de reacción de Sylvie a tiempo hace que la máquina se salga de control. – Delphine Deloget
La burocracia y la implantación de sistemas rígidos que no son capaces de ver de cerca los contextos de las madres y/o padres que crian a sus hijos, es uno de los antagonistas de la película. El otro antagonista es la propia Sylvie, con su personalidad inquieta, fiera, impulsiva, directa y que no está dispuesta a dejarse pasar a llevar por quien sea y ser separada de quienes ama. Un sistema que bajo la premisa orgullosa de “solo nos interesa el bienestar del niño” homologan a madres o padres que abandonan o golpean a sus hijos con otras madres o padres que luchan duramente cada día por darles educación y amor a sus hijos, en el contexto de una crianza compleja y solitaria, con problemas económicos, profesionales, emocionales, pero que también pueden, lamentablemente, sufrir accidentes que despiertan las alarmas de un sistema que responde principalmente a métricas. La destrucción sistemática de una familia no es tema de debate ni menos de preocupación, pues bajo la mirada miope de su reglamento -que sin duda también beneficia a muchos niños y les salva la vida- no hay distinciones que hacer entre tantos casos que atender.
Es una situación desesperada: acorralada, no sabe contra quién luchar: ¿contra ella misma o contra el sistema? – Delphine Deloget
La película cuestiona la superioridad moral e intelectual de sus profesionales a cargo, principalmente a través del indolente personaje de Madame Henry (India Hair) la asistente social que no es capaz de entender en lo más mínimo la profundidad del dolor que están ocasionándole a Sylvie, a Sofiane y a su hermano Jean-Jacques, que cruza además sus propias dudas y dolores personales. Los profesionales al cuidado de los niños dictaminan y restringen los derechos de los padres a quienes les han arrebatado sus hijos por no ser capaces de responder a determinados estándares, unos definidos por ellos. Otro asistente social no duda en decirle a la madre:
Pero no un niño no necesita únicamente amor, ¿no cree usted?
Esto va llevando a Sylvie a un camino cada vez más trágico, donde nada de lo que parece hacer parece tener una respuesta positiva en su problema. Solo cosecha rabia, angustia e incomprensión.
Particularmente excepcional es la secuencia en que Sylvie confronta a un grupo de madres y padres que llevan años sin poder ver a sus hijos, resignados ante tantas batallas perdidas, que solo les han traído dolor. Vacíos, zombies, se sientan en un gimnasio a lamentarse y apoyar sus traumas. A Sylvie le dicen “no hay nada que puedas hacer”. Sylvie no opina lo mismo y no se detendrá ante nada.
Una película emocionante, que de la mano de su gran actriz nos lleva por un camino intenso de amor, rabia, indignación y empatía.