Una película al día #191: «Dracula» (1931)

I don’t drink… wine.

[ por: Andrés Daly ]

Hoy, lunes cuatro de marzo, regresa diariamente «Una película al día«, proyecto que había realizado -muy intermitentemente- hasta alcanzar la película #190 en el año 2011. Aquí está el índice del viaje realizado y las críticas anteriores. ¿Qué es este proyecto?: las respuestas.  Es que esta deuda fílmica es gigante y no parece acabar nunca, así que los 365 días que vienen, a contar de hoy, estaré viendo y comentando diariamente -Ayúdame San Kubrick, Dalai De Palma, Padre Nolan- todas las películas que siento que ya debería haber visto, agrupándolas semanalmente en grupos de siete, vinculadas a través de algún ítem (muy seguramente por el director, el género, etc.) . ¡Aquí vamos!.

A un lado vampiros de pacotilla, llegó Bela Lugosi.

Después de haber pasado por encarnaciones ultra violentas (30 Days of Night, 2007), divertidas críticas capitalistas (Daybreakers, 2009), acrobacias gótico-tecno-marciales (Blade y sus olvidables secuelas), carpenterianos neo-westerns (Vampiros, 1998), adolescentes castrados, melodramáticos y vacíos como el aire en el que brillan como diamantes al sol (La saga de Crepúsculo), los sureños mega sexuados de Alan Ball en la televisión (True Blood) y, como un oasis, oscuras y hermosas historias de protección entre dos huérfanos -uno de su propia y perdida humanidad, otro de su familia y la violencia de su entorno- (Let the Right One In, del 2008, y su remake norteamericano, Let me In, del 2010) y, como olvidarlo, un romántico festín escénico orquestado por Francis Ford Coppola (Bram Stoker’s Dracula, 1992), entre miles de otras adaptaciones, por la cresta que bueno que es volver a uno de los orígenes cinematográficos del mito.

Más aún, ¡cuando uno nunca lo ha visto!.

Extra, extra, barco con cadáveres.

 

Es que me debía la visita a los monstruos clásicos de Universal, como cuando vi por primera vez El monstruo de la laguna negra (Creature from the Black Lagoon, 1954), allá por el 2011, en esta misma columna. Me refiero a los señores Bela Lugosi, Lon Chaney, Boris Karloff y sus famosas encarnaciones, Dracula, El Hombre Lobo, Frankenstein y La Momia, de los que he leído incontables veces pero nunca he visto -más allá de algunos fragmentos clásicos de rigor, que todos conocemos- y del que hoy les presento al primero. Como acotación, dejo afuera Nosferatu (1922), película expresionista alemana (de la cual tampoco he visto más que algunos fragmentos), verdadero origen cinematográfico del mito del vampiro, pero que no corresponde a este período mas popular norteamericano y del cual hemos heredado decenas de películas adaptadas en el tiempo.

Oli

Lugosi es Dracula. Tan simple como eso. Su intensa mirada, la ceremonia con que se mueve en el cuadro – sus lentas posturas- la voz de un extranjero con un inglés de extraño acento, la impostura de radio teatro y la forma en que se dirige físicamente a sus pasmados interlocutores, son sólo algunos de los detalles que conforman este personaje. El mito no se construye sobre una figura inocua, sino que sobre un hombre que parece, incluso, milagroso que ya hubiera sido captado en el celuloide y, que como se supo después, el personaje y la persona se intersectaron en más de un punto. Sólo hoy entiendo realmente el homenaje que el actor Martin Landau le dió a Bela Lugosi en Ed Wood (1994) de Tim Burton.

Por otro lado, está la dirección de arte de Charles D.Hall. De majestuosa escala, detallada hasta el último centímetro, llena de telarañas de cuentos, tierra, sombras y rugosa piedra. Simplemente perfecta, los ojos se pierden en cada rincón, textura y volumen que llena la pantalla.

La dirección de Todd Browning, el futuro cult auteaur de Freaks (1932), es, también, más que eficaz.  En un momento llega a ser notable, con un par de travellings que realmente me tomaron de sorpresa. La dirección de fotografía inspirada de Karl Freund -uno de los tres cinematógrafos detrás de dos «pequeñas» películas, ¡Metrópolis y Berlín Sinfonía de una Ciudad! ¿les suenan?- con mucha astucia resalta, con una luz particular, los explosivos ojos del vampiro de Lugosi – una mirada que es tan perturbadora como también, inesperadamente, algo graciosa en su intensidad – llenando con ese maravilloso expresionismo alemán la pantalla con grandes espacios que pierden sus rincones en la oscuridad de la noche.

No voy a referirme a la trama de la película, me parece innecesario a estas alturas. Si eres de otro planeta y no tienes idea de la historia, bueno, extraterrestre, te recomiendo esta sinopsis.

Mina y el deseo

Niebla barata de hielo seco. Murciélagos de plástico. Trances femeninos, sexualidad implícita. Drácula está llena de momentos inolvidables. Como la demencial sonrisa de Jonathan Harker, el abogado idiota que se mete a las fauces del lobo cuando todo un pueblo le advierte que no lo haga. Es que la curiosidad, como la que embargó al perdido abogado, siempre puede más.

 

PD. Véanla y por favor, aprovechen la preciosa versión restaurada que contiene la música del maestro Philip Glass. Bellísima. Les dejo abajo una muestra.

 

 

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