Suite Francesa

A veces nos enamoramos de la persona equivocada o en el momento menos indicado. Si eso lo trasladáramos a la época de ocupación nazi en el territorio francés, pues queda la mesa servida para que un drama de provincia, pero con carácter universal, se abra paso. De eso se trata Suite Francesa (2015) la adaptación al cine del libro homónimo de la francesa de ascendencia judío ucraniana Irène Némirovsky. Inmediatamente aclaro que esta crítica no tendrá como anclaje la novela, ya que a mi modo de ver, los productos audiovisuales basados en la literatura tienden a obtener vida propia más allá de su progenitor escrito.

La película dirigida por el inglés Saul Dibb en su tercera realización nos instala al principio de la realización en un paraje en la campiña francesa, esos pueblos alejados de la ciudad con un marcado carácter rural y mucho más apacibles. Pero todo está trastocado por la guerra y el presentimiento de que Francia dará su rendición a Alemania. La población de Bussy sufre el descalabro de primero una oleada de refugiados, luego la escapada de la mitad del pueblo para luego vivir la invasión oficial del ejército alemán.

La llegada de tales visitantes estremece al villorrio francés, sobre todo cuando se enteran de que algunos de los propietarios deben recibir a parte del destacamento alemán. Esa es la situación de Lucille, perteneciente a la burguesía de provincias que vive junto a su suegra y con un marido en el frente de batalla. Lo interesante que despliega Saul Dibb es mostrar el cotidiano alterado de este poblado y mostrarnos la naturaleza humana, con sus sombras y sus luces, dejando siempre claro- y en el macro- lo absurdo de la guerra.

Lucille -interpretada sólidamente por Michelle Williams- es una joven casada que según se muestra al principio del filme vive no muy a gusto junto a su suegra, una mujer autoritaria que vive de sus rentas. Al principio vemos a la joven casada muy temerosa, incluso antes de la invasión de los alemanes. Todo esto se socava con la llegada del designado teniente a su hogar, Bruno von Falk. La suegra al tener su hijo en el frente es de completo rechazo al visitante, en una muda forma de protesta y resistencia. Por su parte Lucille decide hacer lo mismo, pero conforme pasa el tiempo e inevitablemente la convivencia con el joven teniente hacen de esta prohibición algo un poco absurdo, esta leve relajación de la norma por parte de la francesa dará pie a que se instale el intento de romance.

Por otro lado está el teniente alemán Bruno, interpretado espléndidamente por Matthias Schoenaerts, que en un primer momento en la casa de Lucille es el enemigo sin términos medios, pero a medida que la joven señora Angellier comienza a conocer más al obligado huésped, también se comienzan a desdibujar la etiqueta de adversario, que en un primer momento poseía el desconocido teniente. Aquí se debe dar todo el crédito a Saul Dibb en la adaptación del guión y a su mirada como director, de justamente ponernos en la paradoja de ver a la población civil indefensa, pero también observar a los ocupantes en un cotidiano, de tener nombres y de esta forma volverse reales.

Kristin Scott Thomas representa a Madame Angellier la adusta suegra de Lucille. En un principio la vemos como una rígida rentista perteneciente a la burguesía del pueblo, conforme pasa el metraje se despliega la complejidad del personaje: una madre atormentada por la suerte de su hijo en el frente y que conforma se desarrolla el filme toma posición en contra de los ocupantes escondiendo a perseguidos y judíos.

La fotografía de la película a pesar de estar en colores genera un claro oscuro permanente, lo que recuerda a las teclas del piano y eso combinado con la banda sonora de la película, creada por el compositor francés Alexander Desplat, la cual incluye la partitura en la que trabaja Bruno, intensifican aún más este drama de un amor vedado por las circunstancias históricas.

Suite Francesa nos remite de alguna forma a Hiroshima mi amor (1959) un filme de Alain Resnais con guión de Margarite Duras. En donde una actriz francesa habla a su amante japonés en Hiroshima acerca de su antiguo amor, un soldado alemán. Debemos recordar que Francia fue invadida por el ejército alemán, e incluso hubo un gobierno provisional títere con todos los franceses pro nazi en la región de Vichy. Fueron cuatro años que la mitad de Francia cohabitó con el enemigo, generándose inevitablemente relaciones interpersonales entre los ocupados y los ocupantes. A nivel histórico se sabe que una vez terminada la guerra las mujeres que tuvieron relaciones con alemanes se les sometieron a todo tipo de castigos sociales comenzando con un rapado de su cabello, estas hostilidades fueron más radicales en poblados más pequeños.

La humanidad queda al descubierto también en Suite Francesa más allá de víctimas y victimarios, porque en un principio suponemos y vemos a toda la comunidad unida en contra de los invasores, pero conforme se desarrolla el filme, observamos por ejemplo que el Vizconde entra en tratativas amistosas con el Mayor que dirige la ocupación. O la cantidad de acusaciones anónimas que llegan al escritorio del Bruno por parte de los mismos pobladores denunciando a sus vecinos. El buen comportamiento de algunos soldados, los abusos de otros. El claro oscuro se mezcla cuando es en la propia casa de Lucille y con la aceptación de su severa y antipática suegra que comienzan a dar refugio primero a un labrador que mata a otro teniente nazi y luego a una niña judía huérfana.

Mención aparte es el deseo, una pulsión que hace muy poco caso de circunstancias históricas y demandas morales. Un deseo que pasa inevitablemente por el conocimiento del otro, dejando de lado el rótulo que muchas veces les damos a las personas. Así pasa con Lucille y Bruno en un principio oponentes,  pero que a raíz del cotidiano del trato habitual y alguna que otra conversación más íntima, se sintieron más cercanos de lo conveniente. Y como telón de fondo la carnicería brutal de las segunda guerra mundial, una gran máquina moledora de carne para tiros y troyanos, dejándonos en claro que en las conflagraciones bélicas pierde la humanidad en su conjunto y no solo el bando aniquilado.