Una película al día #192: «Frankenstein» (1931)

It’s alive!

[ por: Andrés Daly ]

James Whale

Bueno, esta podría ser la semana del director James Whale en vez de la semana de los monstruos y el horror clásico de Universal. Después de todo, junto con Frankenstein (1931), la película de la que escribo hoy, en unos días más voy a ver y escribir sobre The Old Dark House (1932), El Hombre Invisible (The Invisible Man, 1933) y la secuela de Frankenstein, La Novia de Frankenstein (The Bride of Frankenstein, 1935). Todas ellas películas que no había visto hasta el día de hoy -me adelanté, eso sí, con los visionados de The Invisible Man el sábado que recién pasó y con el de Frankenstein también, hace un par de meses- y que tienen exactamente la misma firma detrás de la cámara; la de este hombre inglés que trabajaba también dirigiendo en el teatro, y pintando al óleo en sus tiempos libres.

James Whale, del que podré escribir con algo más de conocimiento, espero, al final de esta semana, ya me parece de entrada un sujeto fascinante. Algo indignado con el sello de «Monster Man» que se le adjudica luego de su notable paso -y muy exitoso, económicamente, para los estudios- por el género del horror, y el encasillamiento que la industria prefiere hacer con este director, éste tiene que batallar, desde el ámbito personal, no solo con probar sus capacidades en otros géneros como los musicales y thrillers durante una intensa carrera de 21 películas en 19 años, sino que con el doble estándar del Hollywood de la época. Es que no importa lo exitoso que se pueda ser -o haber sido en algún momento- Whale no podía -o debía- por ningún motivo, expresar públicamente (aunque según he leído, tampoco es que lo ocultara con demasiado afán) su oculta homosexualidad, por los tabúes de la época y los distanciamientos que su sexualidad le podían provocar de los grandes estudios. Algo que aparentemente tuvo parte en que finalmente fuese negado, luego de que se produjeran cambios en los estudios y se fueran los peces gordos que protegían y valoraban la carrera del director- y así, dejasen de financiar su cine. En 1957, a los 68 años, James Whale se quita la vida para evitar la agonía de una larga enfermedad, ahogándose en su propia piscina.


Whale y Karloff en el rodaje de «Bride of Frankenstein», cuatro años después de «Frankenstein».

That they should pay such fabulous salaries [in Hollywood] is beyond ordinary reasoning! Who’s worth it? But why not take it? And the architecture! And the furnishings! I can have modernistic designs one day and an antiquated home overnight! All the world’s made of plaster of Paris! I get to feel that maybe Buckingham Palace is too!
– James Whale (1)

No tenía la menor idea, pero quince años atrás, en 1998, se hizo una película sobre los últimos días de Whale, a quien da vida en la pantalla nada menos que Gandalf Sir Ian McKellan.

 

Pero vamos a Frankenstein.  No sé si tiene mucho sentido escribir demasiado sobre ella, simplemente, porque me parece que es una obra maestra en su género y escribo con esa sensación de que todo aquello por decir ya se debe haber dicho miles de veces. Frankenstein es cine inolvidable y merece haber sido citada -o plagiada, a ti te hablo Tim Burton…¿en cuántas de tus películas la has utilizado de una u otra forma a estas alturas y en cuántas más lo seguirás haciendo?- una y otra vez, grabándose por siempre en el cerebro de tantos que la vieron antes de quien escribe, e impregnándose en tantos más por venir. ¿Hay algo más inolvidable en el cine -y metafórico además- que la transformación total a la vida de un cuerpo inerte? ¿o ese rostro angustiado del creador, ese científico apasionadamente demente que no puede controlar sus emociones y  que dirige esta operación casi sin sentido, que puede ser amada u odiada por las masas?.


El creador
Igor, un sádico de primera
La novia abandonada
El presentador, en el prólogo de la película
El barón, bueno para los bajativos, y las nanas
La inocencia
El muerto en vida
El padre y su hija sin vida entran al pueblo a pedir justicia. Quizás la escena más impactante, en su forma cinematográfica y en su contenido, dentro de la película.

Nuevamente, como con Dracula (1931), que comenté ayer, me ahorro la reseña: ¡ustedes ya saben la historia a grandes trazos! (a menos que los extraterrestres sigan leyendo este blog), pero sí quiero detenerme en algunas cosas con respecto a la trama. Por un lado, no conocía toda la parte de ella que versa con respecto al postergado/futuro matrimonio del Doctor Frankenstein en donde, además, siempre hay un mejor amigo acechando a la chica del científico loco, según he visto en otras películas. Este genio enclaustrado en su castillo y cegado por sus experimentos, jugando a ser Dios con la resurección de un cadáver, es una especie de «realeza» en el pequeño pueblo que rodea este lugar. El perturbado científico es el hijo del Barón Frankenstein -un viejo gagá que sirve como comic relief durante toda la película- y su hijo toma el rol, según parece, como el admirado-incomprendido-temido príncipe del pueblo, uno conformado por simpáticos aldeanos siempre listos para prender antorchas y hacer justicia, a la antigua.

 

HENRY FRANKENSTEIN
Look! It’s moving. It’s alive. It’s alive… It’s alive, it’s moving, it’s alive, it’s alive, it’s alive, it’s alive, IT’S ALIVE!
VICTOR MORITZ
Henry – In the name of God!
HENRY FRANKENSTEIN
Oh, in the name of God! Now I know what it feels like to be God!

La cacería
El arte de Hall.

Me quedo con una experiencia cinematográfica fundamental, la de estar mirando un icono del horror -es muy extraña esa sensación de estar empapándose, cuadro por cuadro con una parte de la historia del celuloide- bajo la excelente dirección de Whale que demuestra, además, su paso por el teatro, en esa capacidad para elaborar una puesta en escena compleja y al mismo tiempo, totalmente comprensible en el manejo de los personajes, el espacio y el tiempo en su narrativa.

Está demás decirlo, pero Whale no podía construir esta obra maestra, basada en la historia de Mary Shelley, la dramaturgia de Peggy Webling y el guión de John L. Balderston, Garret Fort y Francis Edward Faragoh, por sí solo. En mi opinión, hay tres pilares fundamentales: Boris Karloff en el difícil, sino imposible, papel del inocente/peligroso/impredecible hombre resucitado al que le colocan -lamentablemente para el doctor, estúpido Igor- un cerebro «anormal»; el director de fotografía Arthur Edeson que pinta en el blanco y negro paisajes inolvidables (como no lo iba a hacer, si este mismo genio estuvo detrás de los lentes de Casablanca (1942) y El Halcon Maltés (1941) y finalmente, pero no al último, el gran diseñador de producción Charles D. Hall (Dracula, La Novia de Frankenstein, un colaborador fundamental) que aquí nos da un pueblo completo, el palacio de los Frankenstein, un viejo castillo con sus torres y calabozos (donde además tenemos el inolvidable torreón donde se crea al monstruo, a la luz de los rayos), decrépitos y sinuosos cementerios, escultóricos paisajes rocosos, bordeados de nubes por todos lados y un gigantesco molino en llamas.

Indispensable.


Mañana sigo con La Momia, sin Brendan Fraser, menos mal, y acompañado nuevamente por Boris Karloff.

 

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1. Citado en James Curtis, James Whale, Scarecrow, Metuchen,2005, p. 140.

Bibliografía

David Lugowski, James Whale, Senses of Cinema, 2005.

Directing Horror with style, The Picture Show Man.