Una película al día #182: «El Círculo Rojo» (1970)

Aquí no hay inocentes

[ por: Andrés Daly ]

Mal acostumbrado a ver anticipadamente, y a veces casi desde los primeros minutos de la película, el detallado plan del gran robo que realizarán los criminales protagonistas por los “Ocean’s Eleven” (2001), “Ocean’s Twelve” (2004) y “Ocean’s Thirteen” (2007) de Steven Soderbergh, “The Italian Job” (2003) de F. Gary Gray y tantas otras películas que abundan en exposición y parlancheo sobre montajes de acciones perfectamente sincronizadas de los ladrones, “El Círculo Rojo” (Le Cercle Rouge) es un respiro de alivio. Uno pródigo en largos silencios –hey, venimos a robar, no a sacar los palitos de tejer- y de obligada atadura de cabos que debe hacer el espectador. ¿Pero para qué se necesita un francotirador para este robo? bueno, ¡averiguelo ud.!, haga también las tareas.

Si las ideas, elaboradamente descabelladas, para ser amigo de lo ajeno abundan en los ejemplos que di antes, el robo de un lugar al que sólo veremos cuando ya llevemos ¡más de una hora y veinte de película! en “El Círculo Rojo” debe ser uno de los más sencillos, en comparación con otras películas de grandes golpes. Si bien la tecnología de la época –precaria- es parte de la secuencia del robo, ésta no es el centro de la atención, sino más bien, la forma silenciosa, eficiente y minimalista con que proceden los ladrones. Cuando el robo se desata en una larga secuencia de 25 minutos en casi completo silencio –algo que sería totalmente inaudito hoy día, ni me imagino la cara desaprobatoria de un productor- ninguno de los ladrones ha pronunciado ¡una sola palabra! (y tampoco hay música) mientras ellos van, paso a paso, realizando las acciones que les permitirán llevarse el botín.

De los tres ladrones, dos de ellos unidos por la casualidad y el último por su talento perdido dentro de una botella con alcohol –que alucinaciones las que tiene el pobre hombre antes que lo rescaten de su encierro: arañas, lagartijas, serpientes- nuestro protagonista principal es, a pesar de no haber iniciado con él la película nuestro excelente director Jean Pierre-Melville, un criminal recién salido de la cárcel llamado Corey (Alain Delon).

De la reciente libertad del criminal -imposible de reformarse- a un último golpe (quizás el último antes del soñado e iluso retiro), como tantos otros antes y después de Corey, se me viene a la mente uno bastante más parlanchín: Roy Earle (Humphrey Bogart) en la también Noire aunque, tres décadas previa, “El último Refugio” (1941). En ella Roy Earle lidera también un equipo de hombres para un robo, y con similares resultados a los integrantes de este otro robo en Francia. La suerte de ambos grupos será bastante mixta, sino más bien, un tanto fallida al final.

Eran las tres de la mañana y no podía dejar de ver esta película de Melville. Con Corey, su misterioso protagonista -que deja en una caja fuerte ajena las fotos de un antiguo amor-; con el violento cómplice de éste, Vogel (Gian María Volonté), que no es más que un bruto criminal que se da a la fuga desde un tren y finalmente, con el inspector de policía Jansen (Yves Montand). Éste último sostiene la clave de la película y la lleva a un nuevo lugar, cuando Janse, el viejo policía, solitario y amante de los gatos, logre cumplir su misión y entender realmente la máxima de su jefe de policía:

All men are guilty. They’re born innocent, but it doesn’t last.

 

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