Dossier Stanley Kubrick: Eyes Wide Shut

Al final del arcoíris

[ por: Micheell Toledo V. ]

Parte I: El viaje de iniciación

Más de diez años demoró Stanley Kubrick para hacernos llegar una de sus nuevas reflexiones, justamente antes de partir a una “mejor vida”, que lo terminaría por consolidar como uno de los directores más brillantes de la historia del cine. Acusado muchas veces de carácter potente y obsesivo, perfeccionista y villano, el cineasta supo de exigencias, llevando constantemente al límite la necesidad de ver lo que quería, lo que sentía y de lo que era necesario para la imagen y su eterno y transfigurado significado.

“Ojos bien cerrados” es una película que no se aleja de las tradiciones kubrickianas, que giran alrededor de un halo de maldición y sudor exacerbado, de pretensiones tan grandilocuentes como las ideas que cimentaban sus laberínticos guiones y sus sutiles cámaras. La asociación Kidman – Cruise se vio sometida a las eternas repeticiones, las tomas exactas y a una deliberación trascendental que buscaba más allá de una interpretación realista y eficaz, sino que una mediación dura, dolorosa y oscura, tal como la dupla Nicholson – Duvall en “The Shining” o D’Onofrio – Modine en “Full Metal Jacket”. Porque si de algo supo Stanley, fue de sutilizas y sufrimiento escénico.

En esta ocasión, la búsqueda del sentido sobre las alianzas matrimoniales, infidelidades y viajes del subconsciente se proponen como un camino oscuro y extraño, pero de cierta manera, “real”. Porque ésta es la diferencia crucial que propone Kubrick con su visión sobre el deseo: algo tan efímero como la delgada línea que separa lo real de lo imaginario, y como el imaginario puede volverse tan real, como la realidad puede volverse tan surrealista.

La película claramente se divide en grandes secuencias que representan las ideas que mueven al personaje del Dr. Harford (Cruise) por medio de una Nueva York un tanto falsa y extraña, donde incluso las patentes de los vehículos son todas iguales y las calles tienen nombres que no existen. La primera secuencia pertenece a la preparación de la fiesta a la que acudirá el matrimonio. Una esposa deseable (el primer plano de la película es una Kidman completamente desnuda) y un exitoso y metódico médico, que vive en un gran departamento frente a Central Park. Se despiden de su hija, y hasta aquí todo bien.

Al comienzo de la segunda secuencia, podemos encontrar los primeros atisbos de la realidad de estos personajes como pareja y su esencia entorno a los deseos. Una enorme fiesta en una enorme mansión, atendidos por un opulento Víctor Ziegler (Sidney Pollack) y su esposa. Las parejas se saludan y los Harford entran a la mansión preguntándose porque los Ziegler los invitan todos los años cuando en realidad no conocen a nadie. Es entonces cuando viene el primer llamado de atención y el primer predictor sobre lo que vendrá: Bill se da cuenta que en la banda que ánima la fiesta navideña, un viejo amigo suyo está en el piano: Nick Nightingale (Todd Field, futuro y excelente director de cine).

Mientras tanto Alice conoce a un seductor húngaro quien la invita a bailar y es aquí donde se presenta una de las primeras tesis de la película, precisamente cuando el europeo le menciona que una de las cualidades de estar casado es que hace del engaño una necesidad para ambas partes. Alice se siente cómoda, se siente deseada. No es algo que le desagrade. Ella sabe que aparte de ser una mujer bella, es inteligente y tiene un gran poder de atracción, y lo disfruta. Mientras que al mismo tiempo, en otra parte de la mansión, Bill se encuentra con dos jóvenes que lo tratan de seducir y lo encaminan por lugares desconocidos de la mansión. Cuando llega el momento en que Harford pregunta dónde lo llevan, una de ellas le responde: “al otro lado del arcoíris”. Es en esencia, ésta aguda metáfora de Kubrick que se verá relacionada en otros puntos a lo largo de toda la película y que serán relativamente explicadas hacia el final.

El paso de una realidad hacia un mundo de fantasía corresponde al grueso del viaje que enfrenta a la pareja Harford en torno al universo de la sexualidad reprimida, el pecado y sobre lo que moralmente se debe o no hacer. Esto es lo que inicialmente marca el quiebre en la feliz pareja. Unas fumadas de marihuana bastan para generar una ambigüedad tan potente para generar imágenes mentales en la cabeza de Cruise – Harford sobre su mujer fantaseando con un marino norteamericano. Pero no es sólo una fantasía, ella lo hubiese dejado todo por una noche con él. Hasta ese momento, el doctor no cree lo que escucha, ya que por primera vez logra sentirse celoso. Digamos de cierta manera que es alguien muy confiado de sí mismo, de sus logros y de la estructura con la que vive su vida cotidiana. Pero esto lo sobrepasa, ya que no es algo que él pueda decidir, manejar o llevar a cabo. Su mujer no es tan perfecta (como lo ha sido siempre en su mente), ahora es una mujer más, una mujer como cualquier otra; con secretos, con deseos, con pasiones. Una llamada interrumpe el tenso momento, Harford tiene que irse y dejar a su mujer.

Es hora de iniciar el viaje.

Una noche inimaginable espera al doctor en su búsqueda del reconocimiento y el amor. La primera instancia es esta mujer que lo ha llamado para avisarle que su padre ha muerto. Bill asiste y educadamente le da la mujer sus condolencias, y quien, al igual que la fantasía de su esposa, ella está dispuesta a entregarse a él de cualquier manera y lo besa, siendo interrumpida tan sólo por el timbre de su hogar, anunciándole que su novio acaba de llegar.

Bill trata de digerir lo que ha sucedido hasta entonces. Toma un taxi y camina por las calles de esta onírica ciudad, rememorando sus fantasías sobre las fantasías de Alice, no siendo capaz de interponerse entre sus pensamientos y sus emociones. Pareciera que de alguna u otra manera, Bill no sólo está dispuesto a tratar de entender lo que ha ocurrido, sino que a modo voyerista, espera encontrarse con una experiencia que lo lleve al mismo nivel (pero de manera física) que al que ha llegado su esposa. Es por esto la necesidad de recordar esas imágenes de Alice desnuda en manos de otro hombre.

Sigue su camino cuando ya es pasado medianoche, y se encuentra con una bella joven (Vinessa Shaw – “Two Lovers”) que le ofrece sus servicios sexuales. De manera muy gentil, tal y como hemos venido conociendo al doctor, logra detener el acto a causa de una llamada de Alice. La conciencia no le permite seguir con esto, pero de todas maneras le paga a la dulce chica. La llegada al otro lado del arcoíris aún se mantiene intacta, está lejos de cierta manera, pero no tanto como éste personaje se lo espera.

Es entonces cuando, deambulando nuevamente por las calles de NY encuentra el café donde su amigo Nick está tocando. La reunión otra vez es veloz, sin lograr ponerse realmente al día. Nick tiene un nuevo trabajo, pero es una situación extraña y confidencial. Una fiesta en donde toca con los ojos vendados y que tiene una clave para entrar: “Fidelio”. Impaciente por saber de qué se trata, Harford está a punto de entrar en el infierno mismo del viaje sexual, tan sólo para satisfacer su necesidad de fantasía y deseo.

Es entonces cuando nos encontramos con el indicio más claro de la metáfora del arcoíris. Bill necesita desesperadamente un disfraz y acude a un viejo amigo que resulta, es dueño de una tienda de disfraces. Se encuentra con un nuevo dueño que se dispone a rentarle un traje, cuando se dan cuenta que su hija se ha estado prostituyendo con dos empresarios japoneses. Su hija es una niña que no debe tener más de 15 años, que se ha entregado, no sólo de manera inicial a la sexualidad, sino que a juegos perversos por parte de los adultos, aunque con cada aparición de esta pseudo Lolita pareciera que es ella quien lleva el control de la situación. El arcoíris se manifiesta como el estado más oscuro de la sexualidad. El sexo como pecado se muestra de una manera sórdida y, al parecer, aceptada por una parte importante de la sociedad, en donde no sólo se siente normal, sino que se participa de ésta para satisfacer ciertos deseos impetuosos.

Pero el viaje del doctor Bill no sería nada sin su momento más culmine y sublime: la fiesta misteriosa. Es aquí donde la representación de los deseos tiene su máxima expresión en la conjugación del rito de iniciación. Una vez que Bill ha logrado entrar con su disfraz, se ve enfrentado a un teatro que recuerda ciertas costumbres griegas de rituales de adoración, asociados directamente al sexo. Un sacerdote guía la ceremonia rodeado de un círculo de mujeres desnudas quienes deben elegir, entre un gran público enmascarado (al igual que el doctor) a hombres con los que mantendrán relaciones en una orgía de proporciones bíblicas. El ambiente resulta hipnótico de una manera extraordinaria, transformando el tema de la identidad como uno de los conceptos principales de esta maravillosa secuencia. La necesidad del uso de las máscaras establece un paralelo entre los deseos de Alice y Bill: mientras que ella muestra la necesidad de llevar a cabo sus manifestaciones sexuales (tanto por la imaginación como por el físico), Bill debe hacerlo con una máscara, sin mostrar quién es y qué es lo que realmente busca. Porque de alguna u otra manera sabemos que nunca logrará consumar lo que está buscando, ya que no es simplemente parte de su viaje de caída al abismo del pecado, sino que también es parte de la conciencia culpable de Alice, quien, dentro de su mente emocional, no es capaz de perdonarse su más portentosa fantasía sin sentir que su marido también las pueda tener.

Pero algo no está del todo correcto. Las miradas extrañas tras las máscaras, el sexo agresivo, el voyerismo profundo y latente son parte de Bill y de Alice: ellos son todos, como todos son ellos, tanto en sus fantasías como en sus deseos más oscuros. La iniciación ha llegado, pero es hora de pagar por eso. Bill es descubierto como un ente ajeno, y es trasladado a ser juzgado. Una extraña mujer ha estado advirtiéndole que deje el lugar, que es peligroso, pero ya es demasiado tarde; ella se tiene que sacrificar para que a él le perdonen la vida.

Primera parte del viaje, Harford logra salir de las profundidades del infierno erótico y llega a su hogar, a despertar a Alice de una pesadilla. Ella ha visto lo mismo que él, con la diferencia en que ella, dentro de su sueño, ha estado con muchos hombres riéndose de su marido, mientras que él, al igual que en esta fiesta ritual, ha estado observándola “cogiendo” con otros. Y tratando de convencerse a sí mismo de la mierda que ya no quiere seguir escuchando, le dice: “fue sólo un sueño”, como hablándose a sí mismo, recordando la noche que acaba de vivir.

Parte II: El final del arcoíris

Es de mañana. La vida familiar comienza a moverse de manera normal. Pero no es tan normal para Bill. Hay algo en el aire que lo mueve a querer entender su viaje nocturno, en donde nada pareciera tener real sentido. Bill está en una posición de comprensión de la aventura, en donde no es capaz de discernir entre la fantasía y la realidad misma. ¿O es que acaso algo de lo vivido en la noche anterior puede suceder, sino en la mente de un hombre celoso? ¿O en la fantasía de una mujer con sentimientos de culpa? La resolución está bastante lejos, y las respuestas que el doctor obtendrá serán aún más desconcertantes.

Primer acercamiento de Harford: asiste a la mansión donde ocurrió el evento, y por medio de una carta anónima, recibe una amenaza sobre él y su familia. Segundo acercamiento: trata de averiguar cómo está su amigo Nick. Encuentra el hotel dónde se estaba hospedando para darse cuenta que ya no se encuentra ahí y que ha sido llevado muy temprano por unos matones, con Nick llevando un moretón en la cara. Algo extraño entonces sucede. Bill logra darse cuenta que tal vez la noche anterior no fue sólo una fantasía, sino que es parte de una extraña realidad. Como mencionan algunos, Kubrick fue el que ha logrado perfeccionar el género híbrido del thriller erótico con esta película. La primera mitad alude al erotismo mencionado, y la segunda parte a este thriller-film noir, en donde el médico se transforma en una especie de investigador privado, y, sin importar lo que pueda ir descubriendo, quiere sentir ese contacto con la “irrealidad”. Necesita que alguien le diga con una mano sobre el hombro que todo lo que ha vivido no es real.

“Aterriza Harford, es hora de volver al camino del pecado”, su subconsciente le recalca el objetivo completo de su búsqueda. Vuelve a la casa de Domino (la encantadora prostituta con la que tuvo su encuentro la noche anterior) sólo para encontrarse con su amiga y tener la noticia de que Domino ha salido positivo en el VIH. Harford entiende, no tan sólo como un golpe de mala noticia, sino que el tortuoso y placentero camino que lleva al pecado tiene sus consecuencias, y muchas veces pueden ser completamente desastrosas.

Vuelve a sus andanzas por las calles de NY tratando de entender esta lógica de la existencia, la fragilidad de la vida, cuando se da cuenta que alguien lo sigue. Con la extraordinaria música de Lygeti, Kubrick logra crear un ambiente de tensión notable en donde esta fantasía nocturna al parecer se está haciendo cada vez más real, y la realidad tiene consecuencias; Bill lo acaba de entender, pero no por completo. Compra el periódico, se mete en un café y pide un capuchino. Se sienta a leer el diario esperando que su seguidor desaparezca por alguna casualidad de la vida y se encuentra con la manifestación máxima de las consecuencias de lo vivido. El diario tiene la satírica inscripción en la página principal: “Suerte de estar vivo”. Pero en las páginas interiores se muestra la muerte de una ex reina de belleza a causa de una sobredosis de droga. Bill entonces reconoce que es la mujer que ayudó en un comienzo de la película (que estaba con Víctor en la fiesta inicial) y que luego le pareció conocerla en la orgía, ya que era quien le daba las advertencias de peligro. Algo ha ahondado y recalado en el alma de Harford. El terror se ha tomado hasta sus más profundos sentimientos y pensamientos. Es hora de enfrentarse a la verdad, sin importar las consecuencias que haya que sufrir.

Bill llega a la morgue donde se encuentra el cuerpo y la mira. Se coloca muy cerca del rostro de ella y es entonces cuando logra comprender que todas las manifestaciones ilusorias y físicas pertenecen a un halo de emociones reprimidas, de deseos ocultos, de una necesidad humana y espiritual que trasciende todas las ideas preconcebidas sobre lo que es el amor, el matrimonio y la infidelidad. Y que lamentablemente, una vez que acepta eso, no le queda otra opción que pagar por los pecados cometidos, ya que la persona que sea capaz de llegar al otro lado del arcoíris, tiene que pagar el precio. El que entiende la finalidad de este viaje, se hace parte de un mundo oculto, porque no puede vivir a la luz del día. Es el caso de la hija del dueño de la tienda de disfraces. Cuando Harford vuelve a entregar el traje, se da cuenta con que Milich ha decidido deliberadamente ofrecer los servicios de su niña a cambio de dinero. El final del arcoíris no es para cualquiera, porque las fantasías más oscuras se materializan y él no quiere que eso le suceda a él, porque sabe que sólo destruiría su amor con Alice. Esto Alice lo entiende de antes, lo ha sufrido en carne propia con sus fantasías, y su conciencia sobre el evento es mayor, en tanto que ha aceptado el matrimonio como la finalidad de su realidad y sólo ha dejado trascender el pecado en el mundo de sus sueños y fantasías.

La caída se ha forjado por completo. Bill ha comprendido el sentido de su viaje, pero falta algo más. Víctor lo llama a su mansión y lo invita a un trago mientras conversan alrededor de una mesa de pool. La conversación es tensa, pero directa. Ziegler estuvo en la orgía y sabe todo lo que ha pasado con Bill hasta entonces, ya que él lo hizo seguir. Harford no sabe qué decir, con un rostro de extensa disculpa, escucha a su amigo quien le afirma la realidad del suceso, pero también crece la ambigüedad a causa de las consecuencias. ¿Todo fue un teatro elaborado para asustarlo? ¿O todo ha sido una realidad que ha pretendido ocultarse? Tan sólo gente con mucho poder sería capaz de algo así. Las constantes referencias de Kubrick hacia la masonería y los símbolos del poder, como los árboles de navidad (porque pareciera que la navidad ni siquiera es importante dentro del argumento) refieren a este universo único y hermético, donde alguien que se gasta mil dólares en una noche en taxis y vive frente a Central Park no logra ser lo suficientemente útil para estas finalidades. Y eso Víctor lo deja completamente en claro. Hay gente muy poderosa que no quiere que lo que se ha visto sea conocido en el exterior. La muerte de la mujer por sobredosis fue sólo eso, no hubo un sacrificio de por medio, todo ha sido un gran teatro, todo ha sido una gran mentira para ahuyentarlo y asustarlo. ¿O no?

Bill se siente estúpido, pero a la vez tranquilo de que todo esto haya terminado. Siente que su viaje ha sido necesario, pero a la vez las cosas no están completamente claras, existe una ambigüedad presente, que lo enmarca dentro de sensaciones extrañas, sin saber cómo reaccionar. Ahora todo vuelve a la normalidad. Vuelve a su casa, con su familia, a la cama con su mujer. Y sin enterarse de todo lo que ha sucedido con Alice mientras ella está en casa, Bill ingresa a su habitación para encontrarse con la máscara perdida con la que acudió a la noche de la orgía, al lado de su mujer. ¿Qué es todo esto entonces? La realidad se ha disuelto de tal manera que no nos queda nada más que aceptar el proceso onírico del aprendizaje del héroe. ¿Cuál es el límite en que se materializan los deseos? ¿Cuál es la necesidad de que  estos se hagan tangibles, reales? Hemos encontrado una parte de la respuesta en los ojos de Bill y en el largo camino recorrido para llegar a entender lo que es el deseo y el amor. El viaje de vuelta desde el arcoíris ha sido duro, con todo tipo de sorpresas, pero sabe que su regreso es alentador, y de cierta manera, se vuelve más seguro. Es entonces cuando decide contarle todo a su mujer.

Alice, como el punto de conciencia más grande de la película se ha dado cuenta que el viaje de Bill lo ha llevado al mismo punto en el que ella se encontró (o se encuentra) en algún momento. Llora porque ha entendido el peligro del viaje, porque sabe que ha tenido la suerte de llegar al final del arcoíris y salir ileso. El mundo oscuro que una vez conoció ahora es parte de su familia y es necesario erradicarlo, volver a la vida normal. Entonces, los Harford deciden llevar a su hija a realizar las compras navideñas. Y es aquí, en una juguetería (la última ironía de Stanley) donde se develan completamente las claves temáticas de la película:

Alice

La realidad de una noche nunca será la verdad completa.

Bill

Y un sueño es sólo un sueño.

Los dos aceptan y entienden la necesidad de sus viajes, y a modo de disculpas logran establecer la normalidad y restaurar el equilibrio dentro de la pareja.

Alice

Ahora estamos despiertos, y espero que sea por mucho tiempo.

Bill

Para siempre.

Ninguno de los dos planea volver a pasar por lo mismo. Es importante quedarse dentro del ámbito más seguro, ya que un nuevo viaje los llevará de una vez por todas a aceptar esas  terribles consecuencias que tienen lo desconocido y el guiarse por las fantasías más oscuras. Han tenido suerte de mantenerse en pie, han recibido las advertencias y éstas deben ser escuchadas. Es entonces cuando Alice se da cuenta que sólo hay una manera de volver a la normalidad, a la vida en pareja, a la vida feliz, a encontrarse con una realidad que en apariencia no puede ser  tan mala. Para eso sólo queda algo por hacer, le dice Alice a Bill. El doctor responde “¿qué?”. Alice le dice: “Follar”.

¿Será éste el final del arcoíris?

*Este artículo es parte del Dossier #2: Stanley Kubrick [ febrero 2011 ]

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