Ladrón de bicicletas

El neorrealismo italiano fue uno de los movimientos cinematográficos más importantes de la primera mitad del siglo XX. Una de sus características más llamativas, era la manera en como el contenido primaba por encima de la forma. Contrario a todo lo visto en las grandes cinematografías, el neorrealismo no usaba actores profesionales; se decantaba por personajes de la vida real para interpretar sus propias vidas. Tampoco eran usados  los grandes sets de los estudios;  se rodaba en su mayoría en locaciones reales. Todo esto con el fin de capturar la realidad en su estado puro.

Una de las piedras angulares de este movimiento fue Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) una historia simple, pero conmovedora, de un hombre que no necesita nada más que su bicicleta para sobrevivir. La película nos adentra en la vida de Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) un trabajador de la clase obrera al cual le fue robada su bicicleta durante un día de trabajo.

Luego de deambular por distintas partes de Roma buscando trabajo, Ricci finalmente es contratado. El empleador le advierte que necesita una bicicleta para obtener el puesto. En el fondo la tiene pero está empeñada. Su mujer María (Lianella Carell) le sugiere darle las sábanas como pago al prestamista a cambio de tener de vuelta la bicicleta.

Su nueva rutina consiste en pegar, por las distintas paredes de la ciudad, posters gigantes de películas. Por un momento Ricci acompaña a María a casa de la vidente (la cual predijo que su marido obtendría el trabajo) y creemos que su bicicleta está a punto de ser robada. Es un engaño. Más tarde, un hombre finalmente la hurtaría en sus narices, dando inicio a una intensa persecución.

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Con la ayuda de su hijo Bruno (Enzo Staiola), Ricci se adentra en lo profundo de Roma en busca de la bicicleta sin éxito alguno. La poca colaboración de la policía tampoco le juega a favor. El desespero lo invade; necesita más que nunca trabajar. Extasiado por la búsqueda, Ricci invita a Bruno a un restaurant. En una hermosa escena que revela la complicidad entre un padre y su pequeño hijo, el director Vittorio De Sica realiza una comparativa de las clases sociales por medio de un plato de comida. En otra mesa, Bruno observa con melancolía a un niño comer de su gran plato. Su padre lo mira y le dice: «Para comer así, necesitas ganar un millón de liras al mes, como mínimo».

De Sica es directo en la manera de mostrarnos la historia. Ladrón de bicicletas fue una película que en su época fue tildada de marxista, teniendo en cuenta que su guionista Cesare Zavattini era miembro del Partido Comunista Italiano.

La grandeza de esta historia radica en el gran retrato que De Sica logró realizar de una Italia, en plena época de postguerra. Pensar en cómo hubiese sido la historia protagonizada por actores profesionales, hace que se pierda por completo la pureza de la película. ¿Acaso un obrero puede ser representado mejor, por un actor, que por un propio obrero? Muchas de esas situaciones las plantea el neorrealismo. La manera en como la historia está escrita de manera minimalista hace que el público conecte inmediatamente con los personajes. Pensemos, por un momento, en la escena donde Bruno es abofeteado por su padre por haber dejado escapar al ladrón de la bicicleta. Ricci comienza a buscar a su hijo y no lo encuentra. Escucha los gritos de un grupo de personas tratando de ayudar a alguien que cayó del puente y se está ahogando. Piensa que puede ser Bruno y corre desesperadamente sin hallarlo. De Sica vuelve a jugar con el espectador y muestra a Bruno en lo alto de una escalera del puente quitándose las botas. Por instantes sentimos el pánico de Ricci.

He visto Ladrón de bicicletas muchas veces, y la última vez me dejó muy sorprendido, al descubrir las similitudes que tiene con la cinta La bicicleta de Pekín (Shiqi sui de dan che, 2001). La película del director chino Wang Xiaoshuai narra la historia de un joven de diecisiete años, Guei (Cui Lin), que busca empleo en Pekín. Tras obtener el trabajo como repartidor de una empresa de correos, se le asigna una bicicleta que le es robada, impidiéndole de esa manera seguir trabajando.

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La bicicleta de Pekín (Shiqi sui de dan che, 2001)

En otro lado de la ciudad, un joven de familia pobre compra la bicicleta de Guei en el mercado negro. Al igual que en Ladrón de bicicletas, Xiaoshuai expone las diferencias de clases sociales, y el derecho legítimo que tiene cualquier hombre a trabajar de manera magistral. La película fue vetada en la República Popular China hasta el año 2004. Pese a ello, obtuvo el Oso de Plata a la mejor dirección en el Festival de Cine Internacional de Berlín.

El Neorrealismo siempre fue un movimiento que tuvo grandes detractores. Su esencia más pura, era la de capturar a las grandes clases trabajadoras y sus problemáticas. Quizás ningún otro género ha capturado la realidad más fielmente.

Uno de los grandes logros que tuvo este movimiento, fue el de demostrar, luego de largas épocas de glamour de Hollywood, que era posible contar historias de otra manera. No era necesario armar costosos sets de rodajes, o usar actores con elevados niveles de histrionismo, para contar una historia y que esta conectara con el público. El resultado fue demoledor. Es preciso situarnos en el contexto histórico donde nació el neorrealismo, para comprender el porqué de su éxito. En una Italia dominada por el fascismo la mayoría de la producción cinematográfica realizada era de estilo propagandístico. Estaba prohibido realizar producciones donde se hablara de la pobreza o la delincuencia; el objetivo era mostrar una nación perfecta.

Al final de la guerra, y con un país devastado lleno de hambre y miseria, el Neorrealismo llegó para mostrar la verdadera cara de una sociedad destruida en todos sus niveles. La gran novedad no fue presentar esas temáticas, fue el estilo que se le impregno a cada una de las películas creadas dentro de este movimiento. Ese aspecto casi documental y real que lo hacía ser extremadamente autentico.

De Sica fue uno de los personajes más emblemáticos del Neorrealismo, y junto a Cesare Zavattini realizó una de las tetralogías más importantes del movimiento con El limpiabotas (Sciuscià, 1946), Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948), Milagro en Milán (Miracolo a Milano, 1951) y Umberto D (1952).

En El Limpiabotas De Sica narra el triste destino de dos niños inmersos por los adultos en el tráfico del mercado negro. Con Milagro en Milán hace eco de los recursos más emblemáticos del Neorrealismo, y decide grabar nuevamente con actores no profesionales en la periferia de Milán. Esta quizás sea la producción en donde alcanzó la cúspide con su guionista habitual Cesare Zavattini. Finalmente en Umberto D narra, con frialdad, el mundo de los jubilados que caen en la desgracia, la pobreza y la soledad.

El mensaje en Ladrón de bicicletas luce fresco, incluso sesenta y ocho años después de su estreno. La idea es simple pero profunda. ¿Qué hombre no haría lo que fuera necesario con tal de ayudar a su familia?. Al final esta será una película que se seguirá reinventando a sí misma, adaptándose a cualquier época y circunstancia.