
Frankenstein (2025) de Guillermo del Toro presenta el clásico de Mary Shelley en una reinterpretación visualmente opulenta y emocionalmente intensa. La película comienza al final de la historia y muestra primero al monstruo como cruel y amenazante. Solo después se narran las perspectivas de Victor Frankenstein (Oscar Isaac) y, posteriormente, del monstruo (Jacob Elordi), lo que provoca un desplazamiento en la percepción y hace que cada vez sea más difícil determinar quién es realmente el monstruo.
A pesar del destacado elenco y del impresionante diseño de producción, la narración se mantiene en general lineal: la acción sigue estrictamente una línea de causa y efecto, sin saltos narrativos importantes ni perspectivas paralelas que generen tensión adicional. Curiosamente, Isaac se mueve a veces casi como un « asistente Igor » dentro de la historia, un personaje que en realidad no existe en la película.
Del Toro incorpora numerosas alusiones a cuentos clásicos: elementos de La Bella y la Bestia y otros motivos aparecen de manera sutil en el decorado, los objetos de utilería o la simbología visual. Estas referencias enriquecen el lenguaje visual, pero a veces hacen que la película resulte más asociativa que coherente.
El personaje femenino principal (Mia Goth) está originalmente prometida al hermano, pero juega aparentemente de forma lúdica con Frankenstein y, al mismo tiempo, desarrolla una atracción hacia el monstruo. Esta configuración subvierte la dinámica amorosa clásica y refuerza temas como la diferencia, la marginación social y la ambivalencia emocional. Sus acciones reflejan tanto autonomía como curiosidad, dentro de un entorno marcado por la creación masculina, el poder y la obsesión.
La relación amorosa entre Frankenstein y su monstruo se presenta más como un interés intelectual o científico que como un vínculo emocional genuino. La persecución del monstruo hacia su creador está motivada por la soledad y la necesidad existencial, y no por un deseo clásico de venganza.
En conjunto, Frankenstein es una adaptación visualmente fascinante, narrativamente lineal, pero psicológicamente matizada, que recoge numerosas referencias clásicas y enfatiza la dimensión humana y social de la creación. Los cambios de perspectiva y el desplazamiento en la percepción hacen que los espectadores cuestionen continuamente el concepto de « monstruo ». Aquellos que valoran la riqueza visual, la profundidad simbólica y los matices psicológicos encontrarán aquí abundantes recompensas; quienes busquen complejidad narrativa o tensión emocional constante pueden sentirse, en algunos momentos, un poco desatendidos.
