Dramática, honesta, cómica (esporádicamente, señores de los Golden Globes), estéticamente hermosa y memorable -su dirección, fotografía y montaje tienen un sello muy particular- The Bear, la serie creada por Christopher Storer para FX, sorprendió y conquistó a su audiencia porque supo hacernos parte de esa gran familia: los osos que sostienen ese negocio culinario donde, además de trabajar, ríen y lloran; los hermanos, primos, padres, madres y tíos que representan a todas nuestras familias disfuncionales, que amamos con todo nuestro corazón pero que también pueden volvernos francamente locos.
Estás en una mesa con amigos o familiares en una casa o fuera de ella, luego de una excelente comida, llena de risas y anécdotas… cuando algo empieza a aparecer en el aire. Mientras las horas se alargan en la sobremesa, una voz interior te dice creo que esto ya ha sido suficiente, quizás ya está bueno. Sin embargo, nadie se ha ido aún… ¿soy sólo yo o alguien más sentirá lo mismo?, ¿no es mejor irse con un buen recuerdo que prolongar la visita innecesariamente?. The Bear, como esa noche que probablemente has vivido más de una vez, es una de las mejores series de los años recientes en televisión, pero que lamentablemente se está extendiendo más allá de las posibilidades de su historia central. Y aunque aún no ha caído en desgracia, sí está comenzando a hacerse evidente con mayor fuerza la pérdida de su motivación inicial, especialmente desde su tercera temporada. ¿Será quizás un reflejo del desánimo de su protagonista?.
Carmen «Carmy» Berzatto (Jeremy Allen White), el introvertido-obsesivo-chef-genio que había desaparecido del radar familiar por algunos años, mientras hacía carrera en la cocina de grandes restaurantes, volvió abruptamente a hacerse cargo del pequeño y destartalado local de sandwiches de su hermano mayor, luego que éste trágicamente se quitara la vida. Transformando por completo al equipo humano que trabajaba en este local y obligándolos a crecer para construir un espacio que no sólo sostiene la memoria del hermano, sino que se vuelve un desafío profesional para Carmy y todo su equipo -mientras cada cual batalla contra sus demonios personales- se ha visto algo débil en sus últimas dos temporadas, luego de dos primeras temporadas intensas y simplemente espectaculares. Pero entonces ¿por qué uno sigue mirándola?. Simple, por los personajes. No es tan fácil romper con alguien que quieres.
You found something that you love. And it’s completely 100% okay if you don’t love it anymore. Because the most special part about it is that you are capable of that love.
The Bear tiene por platos principales a sus personajes y no a su argumento: el foco está puesto en el crecimiento personal y los cruces entre ellos -generalmente colisiones- mientras orbitan el viaje que pilotea Carmy, llevando el local «The Beef», en buen chileno «una simple picá», hacia el nuevo restaurante «The Bear», un espacio digno de estrellas michelin. La serie nos ha entregado algunos episodios muy emotivos y hermosos, salpicados durante las últimas dos temporadas: aquellos donde aparecen Jamie Lee Curtis (como la matriarca de esta familia) y Jon Bernthal (como el fallecido pero intermitentemente presente hermano) en una comida familiar pre navideña («Fishes», uno de episodios más perfectamente construidos no sólo de esta serie, sino de la televisión en toda su historia), el episodio de la pasantía de Richie (Ebon Moss-Bachrach) en el restaurante de Olivia Coleman («Forks», con una dirección y actuación impecables) o el episodio del pastelero Marcus (Lionel Boyce) en Copenhague, sólo por nombrar algunos. La historia últimamente se ha estancado -igual que su indeciso protagonista- y el plato se enfría cada vez que insiste con retomar la historia de Carmy y Claire (Molly Gordon) un romance con gusto a nada o cuando nos reitera muchas veces lo cerca que el restaurante está de la quiebra. Mientras The Bear ha dado saltos enormes en colocar los mundos internos y la (pobre) salud mental de sus protagonistas bajo una lupa, en un oficio de altísimo stress y competitividad, se olvida por momentos en construir un argumento más solido que sea capaz de traer otras tensiones externas a la trama.
¿Algo muy positivo de esta temporada? el arco de Sydney (Ayo Edebiri) frente a su disyuntiva de seguir junto a Carmy o probar suerte en un nuevo restaurante y, simultáneamente, un evento mayor que le ocurre a su padre. Hay un episodio especialmente emotivo que cause que Edebiri probablemente se lleve varios reconocimientos, durante la próxima temporada de premios. Bien escrita, con un dilema interno perfectamente explorado en su actuación, es un episodio que funciona como un reflejo muy claro de cómo es la vida y las formas en que ésta nos golpea cuando menos esperamos, mientras trazamos planes que no necesariamente se concretarán.

The Bear sigue teniendo mucho más que buen oficio para contar sus capítulos, junto a una fotografía que va de manos de las emociones de sus personajes, siempre bajo elecciones musicales precisas y que completan sus afectos (R.E.M., Pearl Jam, Tom Petty y Wilco siguen siendo los favoritos del showrunner, al parecer) pero los hilos de sus historias peligran mientras se adelgazan progresivamente. Como dijo Vince Gilligan, el creador de Breaking Bad o el propio Jerry Seinfeld (co creador de la mejor sitcom de la historia y nadie me bajará de esta montaña) hay que leer cuando retirarse con dignidad, en lo alto de tu historia: no es necesario registrar la caída de tu serie y desilusionar a tu audiencia. Esto resulta especialmente preocupante en The Bear, mientras los actores están negociando el alargue de sus contratos por varias temporadas más. Esperemos no sea el caso.
The Bear está disponible en Disney+