Sirât de Oliver Laxe y galardonada con el Premio del Jurado ex aequo en Cannes, explora cómo las personas enfrentan la incertidumbre cuando se desvanecen la orientación y el control. El título alude a la idea islámica de un estrecho y peligroso sendero o puente entre el Infierno y el Paraíso. En la película, esta imagen no solo funciona como metáfora, sino que en momentos clave se convierte en una experiencia concreta para los personajes.
Los «protagonistas» no son figuras clásicas, sino un grupo heterogéneo reunido casi al azar, cuyos motivos en su mayoría permanecen desconocidos, excepto por un padre que viaja con su hijo en busca de su hija desaparecida.
El desierto es más que un escenario: hace palpable la exposición de los personajes y refleja la dureza y confusión de las condiciones externas. Muchas preguntas centrales quedan sin respuesta. De este vacío narrativo surge un segundo puente, un sendero estrecho, que puede atraer al espectador hacia el desamparo de los personajes o permitir contemplar la acción desde una perspectiva más analítica.
Clave para la experiencia de la película es la banda sonora de David Letellier, conocido como Kangding Ray. Su mezcla de texturas electrónicas y pasajes ambientales actúa como un pulso invisible que guía la narración. La música amortigua emociones y cuestionamientos, pero también impulsa a los personajes y a los espectadores a avanzar. Genera un estado de trance en el que se sigue el sendero o puente no necesariamente para alcanzar el Paraíso, sino porque el ritmo obliga a continuar.
Sirât invita a reflexionar sobre la propia posición en un mundo frágil. En tiempos inciertos, marcados por múltiples amenazas, el desierto muestra que escapar es imposible. Las rupturas previsibles y los acontecimientos inesperados que acompañan el viaje intensifican la sensación de impotencia. El grupo se convierte así en un espejo de las reacciones colectivas ante la crisis: entre la esperanza, la resignación y el simple acto de continuar, porque detenerse no es una opción.