Herencia encantada: Bono y De Niro ante el poder de los padres ausentes

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En el 78.º Festival de Cannes, dos figuras culturales de renombre mundial, absorbidas hace tiempo por la arquitectura de la celebridad global, optaron por no representar la autoridad, sino por cuestionar su origen. En Bono: Stories of Surrender y en la discretamente desafiante Masterclass de Robert De Niro, lo que emergió no fue una exhibición de legado, sino un ajuste de cuentas con su fuente: el padre. No el padre mítico, pedagógico o simbólico de la alegoría política o la teoría psicológica, sino esa figura ausente, inalcanzable, emocionalmente distante que moldea la identidad precisamente a través del silencio.

Bono y su padre Bob Hewson, Montreal (1987)

Para Bono, lo personal es inseparable de lo performativo. Su película no es simplemente una retrospectiva, sino un exorcismo: un diálogo con la memoria de Bob Hewson, un padre que no ofrecía elogios y que, quizás más decisivamente, no ofrecía palabras. La fluidez característica de Bono en temas de justicia, música y diplomacia encuentra su contrapunto en un silencio paternal que permanece ilegible. En uno de los momentos más vulnerables del filme, reflexiona:

«Tenía miedo de ser mejor que él, no porque lo fuera, sino porque eso podría alejarlo de mí.»

Esta frase condensa una estructura de herencia profundamente reconocible: superar al padre es arriesgar el vínculo.

La intervención de De Niro en Cannes, transmitida no con arrogancia, sino a través de una Masterclass casi sin palabras, co-presentada con el artista visual JR, aborda un vacío paralelo. En lugar de repasar los hitos de su carrera, De Niro dirige la mirada hacia los márgenes personales: su padre, el pintor Robert De Niro Sr., quien luchó por encontrar reconocimiento e identidad como hombre gay en la América de la posguerra. El actor no lo mitifica; documenta la opacidad persistente de una relación marcada por la distancia. «No lo conocí bien», admite De Niro.

Robert De Niro y Robert De Niro Sr.

Pero quiero que el mundo lo conozca. O al menos que busque lo que yo no pude encontrar.

No es el hijo reclamando un legado, sino el hijo reconociendo que nunca lo recibió por completo.

Lo que vincula estas dos narrativas va más allá de la coincidencia biográfica. Articulan un tipo particular de herencia masculina en el tardío siglo XX: una que no se define por la dominación explícita ni por la instrucción ideológica, sino por la contención emocional, por una transmisión codificada o ausente. Bono y De Niro no enfrentan patriarcas tiránicos; se enfrentan a padres que fueron, en sus propias formas, marginados, por clase, por represión, por historia y que transmitieron su influencia no a través de la afirmación, sino de la elipsis.

Robert De Niro y su pareja Tiffany Chen asisten a la proyección de ‘Partir Un Jour (Leave One Day)’ y a la ceremonia de apertura del 78º Festival de Cine de Cannes, en Cannes, Francia, el 13 de mayo de 2025. El festival de cine se celebró del 13 al 24 de mayo de 2025. (Cine, Francia) EFE/EPA/GUILLAUME HORCAJUELO

Cannes 2025, entonces, no fue simplemente una vitrina de estrellato. Fue una doble meditación sobre lo que significa ser hijo de alguien que no pudo o no quiso hablar. Tanto Bono como De Niro intentan llenar esos silencios no con respuestas, sino con arte. Al hacerlo, exponen la paradoja que reside en el corazón de la herencia cultural: que lo más formativo suele ser aquello que nunca se dice.

No son historias de superación. Son relatos de convivencia: con la ausencia, con la sombra, con lo irresoluble. Lo que emerge es un modelo de transmisión del poder no lineal, inestable y profundamente humano. El padre, en ambos casos, no guía. Acecha.