Samba

Cuando en la actualidad el miedo al otro diferente se vuelve una fobia tan radical, que se solapa en extremismos religiosos o partidos políticos altamente intolerantes, Samba nos renueva una pequeña esperanza de que las cosas pudieran eventualmente ser diferentes. Esta película dirigida por la dupla de Olivier Nakache y Eric Toledano nos instala en la trastienda de una sociedad francesa que tras de su pátina tricolor de “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, se esconden las grietas de una comunidad desigual, que necesita de los inmigrantes ilegales para funcionar en su cotidiano, pero que no hace los esfuerzos para que ellos puedan siquiera integrarse dentro de la ley. Sin embargo, la diatriba no es solo contra la delicada situación de los inmigrantes árabes y africanos en Francia, sino que también es un reclamo hacia el otro extremo de esta sociedad, donde los híper integrados se vuelven presa de un modelo de súper competencia que lentamente los tiende a deshumanizar.

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Samba (2014) es la historia de un senegalés llamado Samba Cissé que vive indocumentado hace diez años en Paris y después de trabajar de ayudante de cocina, hay una posibilidad de un ascenso, pero debe tener sus papeles al día. Entonces se malogra la opción, pide una residencia que es rechazada, pero de la cual él no tiene conocimiento, porque nunca recibe el papel (como un personaje neo kafkiano). Luego es detenido por la policía y debe pasar a un centro de reclusión para inmigrantes ilegales. Es en ese centro que Samba conoce a Alice, una voluntaria que trabaja en una ong que ayuda a los indocumentados.

Samba es interpretado por un solvente Omar Sy –actor y humorista francés- que nos muestra las peripecias y desventuras del cotidiano de la vida de un ilegal. Los trabajos informales a los que debe acudir, para poder mandar algo de su sustento a Senegal, donde su familia espera por esa remesa. El miedo a ser descubierto, una paranoia que en la secuencia del metro queda explicada de forma cabal. El tráfico fuera de la ley de cedulas de identidad falsas que los ilegales una y otra vez deben volver a adquirir de alguna forma para poder acceder al menos a un trabajo sub pagado y precario. En la dimensión más existencial, Samba habita el no lugar, es un extranjero exiliado de su tierra por razones económicas. De esta forma se vuelve un indocumentado, un NN, alguien que existe pero es trasparente para la sociedad gala, que una y otra vez lo castiga, con reclusión o con trámites burocráticos interminables que no resuelven su situación.

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Uno de los amigos de peripecias de Samba es Wilson- interpretado por un camaleónico Tahar Rahim- un brasileño que también anda en búsqueda de oportunidades en esa esquiva y fría Paris. Pero que entre trabajos mal pagados y escapadas de la policía Samba descubre que Wilson en realidad es Walid -un argelino- que al poco tiempo de llegar a la capital descubrió que los sudamericanos eran mejor tratados y recibían buenos puestos de trabajo, entonces el argelino aprendió todo lo necesario de sus colegas cariocas y así Salid muto a Wilson como una medida de sobrevivencia.

En el otro péndulo de esta historia esta Alice -interpretada magistralmente por Charlotte Gainsburg- que en otro tiempo trabajara en una empresa que recluta ejecutivos para la industria alimentaria. Durante quince años cada logro laboral y la presión para mejorar las metas la fueron aislando de su entorno; familia, pareja, amigos y la llevo a confundir su vida, con la vida de la empresa. Con casi doce horas de trabajo, sin reconocimientos y sintiéndose en estado de esclavitud. En este otro exilio Alice finalmente explota en una escena de agresión dentro de su grupo de trabajo, debe  internarse en una clínica siquiátrica,  hacer terapia con talleres artísticos y ella incluye el voluntariado en esta ong como parte de su tratamiento.

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Alice y Samba en un comienzo en los polos opuestos de una sociedad altamente desigual, conforme pasa el metraje nos damos cuenta que tienen mucho más en común a pesar de las aparentes diferencias de color  y procedencia. Ambos adolecen de no tener un sitio, en el caso de Samba este espacio es concreto no pertenece al lugar que habita, pero para Alice también hay un exilio y un desgarro de las raíces que la conectaban con lo importante de su vida. Enajenado de la legalidad uno, enajenada de la vida cotidiana la otra, su encuentro es un bálsamo que los alivia en medio de una férrea soledad y una sociedad que excluye por la procedencia o que excluye por la competitividad.

Con una fotografía en tonos azules, grises y negros, que nos refuerzan esa sensación de aislamiento, la gran mayoría de las locaciones de la película son internas, se podría decir que intestinas: adentro de la cocina de finos hoteles o restoranes, en los departamentos que habitan los inmigrantes en la periferia, sobre techos y azoteas, en los pasadizos que no se ven del centro comercial, dentro de las faenas de reciclaje, en parajes nocturnos de Paris o en el centro de reclusión para indocumentados, Samba nos muestra el revés de la trama social de la Francia actual, un mundo que necesita de los inmigrantes dentro de su pirámide laboral, pero que los trata de aislar permanentemente. Es en este contexto que la dirección de Nakache y Toledano nos lleva de la mano por esta historia donde hay dos niveles: el fresco social que ocurre con Samba y su situación como inmigrante, esa narración que se logra muy bien con ciertos momentos semi documentales sin caer en lo panfletario. Y por otro lado está la parte intima que completa esta pintura, y que está centrada en el encuentro de Alice y Samba. Dos outsiders dentro de esta conflictuada Paris.

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Se dice que el arte se adelanta a la historia y a la evolución de la sociedad. Un solo ejemplo: Hattie McDaniel fue la primera afroamericana en ganar un Oscar a la mejor actriz de reparto en 1939 por Lo que el viento se llevó, pero Barack Obama pudo ser el primer afroamericano presidente de los E.E.U.U. setenta años después de la hazaña de McDaniel. De igual modo, la realización de Samba estrenada un año antes de la oleada de los ataques terroristas que han asolado el país galo en los últimos dos años, se puede tomar como una modesta radiografía de los problemas que enfrentan los inmigrantes ilegales, una situación de precariedad que podemos comprobar en la película es multisistémica, y donde sus protagonistas son esta enorme cantidad de inmigrantes –que huyen de la pobreza o de la guerra- y que en su gran mayoría es gente que solo quiere paz y un trabajo estable para salir adelante. Francia tiene en sus manos la oportunidad de sacarlos de esa trastienda social y valorar el aporte que hacen en la economía cotidiana del país, solo así se podría cortar el círculo de la segregación y el odio que está afectando dramáticamente la vida en tierras galas.