Espectáculos urbanos en el Centenario

Santiago tenía más cines en 1910 que hoy

Una larga investigación de un equipo de la Facultad de Arquitectura de la U. Católica logró reconstruir el mapa cinematográfico de la capital de hace un siglo.

[ por: Manuel Fernández Bolvarán* ]

Eran tiempos de boom para el séptimo arte en la ciudad: sus 330 mil habitantes tenían 53 lugares para ver cintas. Hoy, con 20 veces más población, sólo unos 40 sitios se dedican a este fin. Una cifra enorme, considerando que la ciudad entonces tenía poco más de 330 mil habitantes. Hoy, con más de seis millones, si bien hay más salas, el número de cines apenas sobrepasa los 40.

«En 1910 el cine vivía un boom. Era la novedad del momento; había cinco veces más salas que edificios públicos», dice Ítalo Cordano, arquitecto de la U. Católica. Junto a los investigadores José Rosas, Wren Strabucchi, Germán Hidalgo y Lorena Farías (todos de la Facultad de Arquitectura UC) lleva tres años reconstruyendo el mapa cinematográfico de la capital del Centenario. La investigación tiene el apoyo de Fondecyt.

A un costado del Instituto Nacional, por la calle Alonso de Ovalle, entre Arturo Prat y Serrano, una deteriorada mole de tres pisos, en total abandono, es el último vestigio de una época dorada. Hace 100 años albergaba al American Cinema y hoy, junto al Teatro Municipal, es el único edificio que queda en pie de los 53 que exhibían películas en la capital en 1910.

Así luce hoy el edificio en que funcionó el American Cinema – Fotografía: Héctor Flores

En todas partes

La lista incluye auténticas joyas arquitectónicas, como el Teatro Unión Central (propiedad del Arzobispado), que estaba en una galería con accesos desde Ahumada y Agustinas. Ahí se proyectó la primera cinta vista en Chile (1896), y pese a su nombre, nunca se presentaron obras teatrales en su escenario.

«Los cines eran muy dependientes de los teatros. Tenían camarines, proscenio, forma de herradura y varios pisos», explica Cordano. Reflejo, piensa, de que los exhibidores aún no estaban seguros del éxito del negocio y preferían tener salas multifuncionales, pues podían arrendarlas.

Las mejores salas estaban en el centro y en los lujosos barrios República y Dieciocho. Pero los cines estaban en todos lados: en Av. Matta, en San Pablo, junto al cementerio, en las plazas Almagro, Yungay, Brasil, etcétera.

«Cada barrio tenía su plaza, su colegio y su cine. Eran galpones con escasa imagen urbana. La sala de Pepe Vila, la estrella teatral de la época, estaba en un patio interior, con un pasillo a la calle», detalla el investigador.

La cercanía y los precios diferenciados por barrios y por acomodaciones fueron la fórmula del éxito. La cartelera se renovaba casi diariamente, y los niños fueron grandes asiduos de este espectáculo. «Incluso, en 1913 la recién nacida Liga de Damas Chilenas empezó a abogar por implantar una censura a las películas, por tocar temas como el adulterio o la delincuencia», afirma Jorge Iturriaga, historiador de la UC.

Historia negra

Pero esta incipiente industria tenía pies de barro. «Ni los cines más pitucos eran muy higiénicos. De la sala preferida por la aristocracia, la Unión Central, se afirma en 1914 que estaba llena de mosquitos, con las alfombras sucias y baños en pésimo estado», cuenta Iturriaga. Y no eran raras las quejas del público porque las salas vendieran como estrenos cintas que ya habían mostrado antes, sólo cambiándoles el nombre. «Tampoco era inusual que se publicitara una cinta y luego no se exhibiera», añade Eliana Jara, investigadora experta en cine mudo.

Para Iturriaga, esta precariedad se explica por razones técnicas y económicas. Por un lado, las cintas que llegaban al país desde Europa y Argentina eran de segunda o tercera mano; ya habían sido exhibidas muchas veces y arribaban muy deterioradas. Por otro, como el negocio era boyante, quien conseguía una cinta esperaba multiplicar por cuatro o más veces su inversión. «Se buscaba riqueza rápida», afirma.

«Ésta fue una historia negra», reflexiona Cordano. La precariedad del circuito contribuyó a su rápida extinción a partir de la década del 20 y 30. «No supieron adaptarse a los cambios tecnológicos. Los menos dieron lugar a nuevos cines, como Windsor, Ástor e Imperio. El resto terminó siendo demolido», añade.

Noche de cine en Santiago calle Huerfanos y Mac Iver (1957). Los registros fotográficos realizados por Antonio Quintana (1904-1972) para la universidad de Chile constituyen una de las secciones más significativas en el Archivo Andres Bello. Del fantástico flickr de «Santiago Nostálgico. No constituye parte del artículo original publicado en El Mercurio.

La cartelera del momento

¿Qué iban a ver los chilenos de 1910 a los cines? Principalmente hechos noticiosos o filmaciones de paisajes del extranjero, llamadas «actualidades» o «vistas». Todas eran breves, de 5 a 10 minutos de duración, sin argumento dramático. Según Eliana Jara, los grandes hitos fílmicos del año fueron obra de las compañías Ítalo Chilena y Cinematográfica del Pacífico. Esta última impactó con sus imágenes captadas en mayo durante las fastuosas celebraciones del centenario de Argentina, además de las honras fúnebres al Presidente Pedro Montt en agosto y los festejos de septiembre. Ese mismo mes, Adolfo Urzúa grabó «Manuel Rodríguez», con dos partes de 10 minutos, que es la primera cinta con argumento que se estrena. Hoy está perdida.

Claro que la producción extranjera era mucho más preponderante. Ya en 1907 empiezan a llegar cortos cómicos y policiales que causaron furor entre los más chicos. «En 1910 hay algunos favoritos del público, como Nick Carter o ‘Sánchez’, un personaje francés también conocido como Boireau o Cretinetti, que hacía reír con su humor físico».

Una noche en el Zig-Zag

El caricaturista y cineasta Jorge Délano, «Coke» (1895-1980), cuenta en su biografía que de niño hacía de pianista acompañando las cintas mudas del cine Zig-Zag (plaza Yungay). «Era una especie de bodegón impregnado del desagradable aroma que exhala el ‘pichí’ de gato y donde las pulgas asaltaban a los asistentes con avidez de políticos en busca de votos», narra. Sin mucha idea de cómo tocar, desplegaba un repertorio de «románticas melodías para las escenas de amor de la Bertini, alborotadas tocatas (para) las continuas caídas de ‘Sánchez’, y marchas marciales para el noticiario en que Guillermo II revistaba sus tropas». Dice que el público no pedía mucha calidad en la música, «pero era implacable en cuanto a persistencia y sonoridad. Cuando el ‘maestro’ dejaba un instante de tocar, era acosado por una estrepitosa rechifla».

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*El Mercurio Publicado el 30/05/2010
Día del Patrimonio Cultural
Fotos: Héctor Flores

Transcripción e imágenes copiadas íntegramente desde el sitio web: Mi album de recortes

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