Bajo el yugo audiovisual

Una hipótesis: las experiencias creativas que requieren de la convergencia de más de un sentido generalmente cautivan con mayor grado y consistencia a la audiencia. De entrada se puede señalar que tal declaración va construida partiendo del valor cuantitativo, aunque parcialmente depende de observaciones que conllevan el corte cualitativo. Al considerarle más a fondo, una posible ruta analítica a seguir sería el medir todas las combinaciones provistas por nuestros mecanismos de percepción en experiencias de apreciación creativa para delinear una geografía basada en la idea de su causa y efecto. Luego, al contraponer los elementos multidimensionales versus los unidimensionales, se podría comprimir el margen de su impacto en el espectador a base de las características que respectivamente les definen. Y, desde dicho punto, eventualmente se deduce a la fusión audiovisual como principal referente en la hipótesis debido a que dicha mezcla ha logrado asentarse hasta el sol de hoy como el conducto preferido por las masas a la hora de consumir éste tipo de experiencias.

Consideremos por un momento el peso cultural primal que ha representado el concierto musical en las distintas sociedades a través de la historia humana. Consideremos además la infusión e influencia del aparato audiovisual en las dinámicas sociales contemporáneas. Son dos ejemplos tanto aleatorios y abiertos como contundentes al caso en cuestión. Sin embargo, es en la retroalimentación propuesta por los medios que mediante cámaras captan, moldean y reproducen una noción de realidad donde se halla la evidencia que intenta sugerir la hipótesis, puesto que la inmersión afectiva derivada de tales aparatos logra habitualmente apoderarse de una considerable porción sicosomática de sus consumidores. Una obvia muestra del último enunciado sería el hecho de que actualmente la función fundamental del teléfono móvil (realizar y recibir llamadas) ha sido relegada a segundo plano por razón de su moderna oferta complementaria como lo son la capacidad de producir fotografías, pietaje, juegos y servicios informáticos, entre otros.

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Parte de la correspondencia metafísica que se da entre un espectador y cualquier derivado de producción audiovisual, gira en torno a la naturaleza de ocupación consentida. Si la obra despierta y mantiene el interés del espectador entonces paralelamente también funge como agente catalítico que irá suscitando sinnúmero de reacciones emotivas y fisiológicas en el mismo. Esto es efecto de una sensibilidad impartida por una suspensión temporera en donde últimamente viene a definirse la comunión entre obra, autor y audiencia. Osea, el ciclo de funciones expresiva, apelativa y representativa se funden al compartir espacio en consonancia y ello provoca en el destinatario una especie de clímax capaz de suscitar profundo apasionamiento. Una vez despierta el aspecto de gratificación en éste, como consecuencia es muy probable que busque remedar nuevamente el asentamiento avasallador en su piel.

Ahora bien, debido a su propiedad automatizada, los medios regidos por el registro audiovisual necesitan incesantemente evolucionar en pormenores de práctica. Como si fuera poco, el acelerado desarrollo tecnológico de finales del siglo pasado también ha ido abriendo trecho a una diversidad de dispositivos destinados a duplicar esencialmente el mismo filtro de escape en otros niveles de dosificación. Por lo que con cada paso que se toma en miras a facilitarle el rito de la fuga a la masa, las formas de experiencia se ven constantemente forzadas a la superación y regeneración. De ahí emana el pacto cíclico que el consumidor mantiene con estos dispositivos en donde irá pasando de serie en serie, de película a película, de videojuego a videojuego y así sucesivamente.

La apreciación de una creación audiovisual requiere el reconocerle como un ecosistema sentenciado a servir de ventana y espejo a la misma vez. Esa relación en su estado más orgánico se condensa en un desprendimiento que se nutre del conocimiento colectivo como individual, que propone y estimula interacción consecuente. Su efectiva canalización en el receptor provee una especie de infección de sensación que utiliza la imagen y el sonido como vínculo al lenguaje, la memoria y al conocimiento adquirido. Pero quizás su mayor tributo se halla en el haber modificado nuestras relaciones humanas mediante el núcleo de la dinámica que implementa. La era dorada audiovisual parece haber llegado para quedarse.