Young Adult y el dilema de la modernidad

[ por: Michel Gajardo Caselli ]

Si usted vive hoy o está de paso por Santiago de Chile y se detiene en la calle Apoquindo a la altura de la estación del metro Manquehue en la comuna de Las Condes y echa un vistazo rápido hacia el horizonte, podrá contar no una, sino once grúas gigantes levantando edificios a todo vapor. Este escenario que se repite en varias ciudades del país y que en un contexto de planificación urbanística ideal sería sinónimo de pujanza, prosperidad económica y ¿por qué no?, de desarrollo social, paradójicamente tiene a expertos y vecinos dándose de cabezazos contra las paredes (la mayoría de ellas de tabiquería barata vendida a precio de oro).

 

El recién inaugurado centro comercial Costanera Center en el corazón de Providencia es quizás, con el titánico obelisco que nace desde sus entrañas el ejemplo más elocuente de esta paradoja. ¿Por qué aun cuando casi la mayoría de los ciudadanos encuestados tiene la “sensación” de que el emplazamiento y morfología de este edificio está lejos de ser algo beneficioso para la ciudad o al menos amistoso, tarde o temprano visitará sus dependencias con cierta regularidad? ¿Por qué preferimos arrendar o comprar un espacio rectangular de 1 o 2 habitaciones y 65 mt2 en alguno de estos fríos y monocromáticos monolitos cuando aun hablamos maravillas de la desaparecida vida de barrio? ¿Dónde está la grieta o error en la Matrix que produce esta paradoja? ¿Serán realmente los nuevos edificios y centros comerciales de la ciudad un despropósito para sus habitantes? O por el contrario ¿serán un real aporte a su calidad de vida? ¿Hasta qué punto el estilo de vida que nos plantean estas nuevas formas de habitar nos acercan no solo al bienestar sino a la mismísima sensación de felicidad?

Para encontrar la respuesta a estas preguntas obviamente hay que trasladar el debate desde lo urbanístico a lo sociológico, y a partir de ahí explorar las transformaciones culturales que por lo menos en Chile se han producido durante los últimos veinte años, en los que pasamos lenta pero sostenidamente desde un modelo de lo colectivo a otro de lo individual.

Sin embargo, el objetivo de estas líneas no es profundizar en estos temas, sino más bien poner el acento en esa “sensación” paradojal del ser humano enfrentado al desafío del éxito moderno, al estilo de vida urbano e individualista en contraste con la nostalgia por tiempos pasados en los que los pequeños detalles se “sentían” mejor. Un personaje cinematográfico puesto en este contexto sería sin duda protagonista de una historia de crecimiento, de transición a la madurez, y justamente este el caso de la fabulosa Young Adult (2011), escrita por Diablo Cody (Juno, Jennifer’s body, United States of Tara), dirigida por Jason Reitman (Juno, Up in the air) y protagonizada por Charlize Theron. Una historia donde si bien las paradojas urbanísticas contemporáneas no son el centro de atención, sí se proponen como el contexto histórico de la narración y catalizador emocional de los conflictos.

La película comienza con el llanto de una mujer sobre negro. Luego abre hacia una panorámica de la ciudad de Miniápolis con sus autopistas a escala de juguete. La mujer aun llorando en off habla de sentirse fea y con baja autoestima mientras la cámara ahora panea verticalmente para mostrarnos un edificio de departamentos tan grande como impersonal desde el que cuelga un gran letrero de “se arrienda” cubriendo varios pisos. En uno de esos apartamentos descubrimos que la mujer que continúa llorando por no sentirse tan sexy como sus amigas es parte de un reality que pasan por la televisión. Finalmente desde la TV aterrizamos sobre un cama donde encontramos a Mavis Gary (Theron) durmiendo boca abajo tal como si una ola la hubiese dejado ahí tirada tras un naufragio.

Mavis de 37 años es una escritora de aquellas novelas que en las librerías suelen encontrarse bajo la sección “adultos jóvenes”, eufemismo con que se clasifican por ejemplo las sagas para adolescentes tan de moda en estos días. Siguiendo esa misma tónica de evitar llamar las cosas por su nombre a riesgo de parecer menos importante, seria o exitosa es que Mavis se autodenomina “autora” aun cuando es una ghost writer más de la industria literaria (escritora por encargo que no aparece en los créditos de lo que escribe). Este estatus que en principio no suena nada de mal parece sin embargo no haber satisfecho la promesa urbana del éxito y felicidad en la vida de Mavis. Incluso a pesar de haber logrado lo que muchos de sus compañeros anhelaban veinte años atrás al terminar la secundaria, esto es, escapar de su pueblucho llamado Mercury para conquistar la “mini apple” (sobrenombre aspiracional de Miniápolis en referencia a Nueva York, “la gran manzana”).

Cuando Mavis por fin despierta del naufragio la vemos comenzar el día de la manera menos nice posible para alguien de su estatura estética: frente al espejo del baño se despega dolorida los cubre pezones de silicona olvidados la noche anterior, luego toma desde el “refri” un saludable y desaforado trago largo de Diet Coke para finalmente alimentar a su caniche y comenzar sus cinco minutos de ejercicio matutino auspiciados por una Wii. Este breve pero elocuente comienzo cierra comillas con la protagonista sola en su terraza comiendo del mismo tipo de envasado para astronautas que le había dado antes a su perro Dolche, con la mirada melancólica perdida en el horizonte en un plano abierto que la propone oprimida en medio de dos colosos: la ciudad y su propio edificio. Aquella postal resalta ese atractivo paradojal y existencialista descrito previamente en estas líneas, por un lado ella con su magnetismo femenino (que es innegable a pesar de todo) enfrentada a la urbe efervescente, y por el otro la sensación de vacío, de que nada parece tener sentido.

En Hollywood los ejecutivos encargados del desarrollo de proyectos están obsesionados con los personajes “queribles” que produzcan gran identificación en el espectador. Es por eso que presionan a los guionistas para que escriban en la historia, lo más temprano posible, una escena que lo demuestre. En la jerga de la industria esto se conoce como la “petting the dog scene” (o escena en la que se acaricia a un perro) a partir de la convención que comenzó con el cine mudo cuando el protagonista llegaba al pueblo y acariciaba al perro mientras el villano lo pateaba. Mavis Gary sin embargo, se revela ante este dictamen. Es más, a pesar de que tiene un perro, está muy lejos de acariciarlo.

¿Cómo es posible que aun siendo un personaje tan sombrío sea capaz de producir tanta identificación? ¿Es posible que la chica más guapa del high school, ganadora del concurso “Miss pelo” por varios años consecutivos, una de las pocas que pudo escapar del campo a la ciudad para transformarse en algo tan cool como escritora de best sellers se encuentre hoy tan hundida en el sin sentido? ¿O es que estamos viviendo una época tan oscura en la que nos es más fácil identificarnos con eso en vez de con un cachorro acariciado?

Con una cara de asco que parece trascender la resaca Mavis vuelve desde su terraza al escritorio. Abre su laptop y se encuentra con una página en blanco solo encabezada por el título “Capítulo uno”. Escribe tres líneas sobre una adolescente despampanante que no la convencen. Se aburre y su correo está ahí para socorrerla. Hace una pasada rápida por varios spam para detenerse por un momento en lo que entendemos es el correo de su editor preguntando por los avances en su escritura. Ella resopla y con más cara de asco que antes continúa hasta detenerse en algo peor. Mucho peor. Una postal casera adjunta en otro correo en la que aparece un bebé sonriente bajo el título: “mira quién ha llegado”. Un slogan que interpretamos sin más detalles como algo que para ella es tan desagradable como sorprendente, capaz de sacar del calabozo el hábito autodestructivo de arrancarse mechones, por cierto tan impropio de una ganadora de “Miss pelo.

Nos preguntamos entonces a quién pertenece ese bebé y por qué aquella imagen empujaría a alguien a quitarse el cabello.

Sentada más tarde en la terraza de un café en busca de reafirmar las razones de su disgusto, Mavis expone acaloradamente a una de las pocas amigas que como ella lograron escapar de Mercury, la teoría de que la famosa postal es igual o peor que una cachetada en el rostro. Para ella, que su exnovio de secundaria le envíe un correo como ese, enrostrándote lo feliz que se siente de ser padre de aquella criatura, emparejado con OTRA y no con ELLA es una declaración de guerra, aun cuando hayan pasado veinte años desde que terminaran su romance.

Su amiga sin embargo, le propone un diálogo que está lejos de ser reconfortante:

AMIGA

Bien por ellos, ¿no? Buddy parece ser un padre decente.

MAVIS

¡¿Qué?! Te imaginas viviendo aun en Mercury, atrapado por una esposa y un niño, con un trabajo de mierda… Es como si (él) fuera… un rehén.

AMIGA (no muy convencida)

Es verdad, tuvimos suerte de haber podido escapar… ahora tenemos una vida.

A nosotros tampoco esas palabras nos convencen, ni menos a Mavis quien busca en las reliquias más ocultas de su apartamento un mixtape dedicado por Buddy bajo el título “Loco amor” para utilizarlo como la banda sonora perfecta de su nueva y desquiciada misión: viajar en el tiempo veinte años atrás para aterrizar en su natal Mercury en busca de recuperar aquel viejo romance, el verdadero amor que como una dieta de Diciembre le regale mágicamente la oportunidad de un nuevo comienzo, justo antes de que se desviara el rumbo hacia las tinieblas en las que se encuentra hoy.

Lo que comienza de ahí en adelante no es solo una ecuación visual y narrativa en la que la pluma sarcástica de Diablo Cody y la simpleza de Jason Reitman (siempre concentrado en lo importante y no en las pirotecnias) son amplificadas a la perfección por Charlize Theron, sino también un verdadero viaje en el tiempo que a los espectadores en Chile no les debería parecer tan ajeno. En este viaje Mavis hace lo que podría ser el ejercicio de volver al Santiago de 1994, una época en la que los centros comerciales comenzaban a cambiarle la cara a los barrios, proponiendo un nuevo modelo de progreso y estilo de vida basado en el ocio, el crédito y consumo.

Así, no es al azar que a Mavis la bienvenida a Mercury en esta película se la de un desfile de strips malls administrados por el retail, con sus Staples y Home Depot tan característicos de los exurbs americanos y su obsesión por el bricolage o “ármelo usted mismo”, así como tampoco es azaroso que se ponga el acento en el reemplazo sufrido por los clásicos american diner (popularizados en los 40) a manos de los Chipotle, Woody’s o “Kentacohut”, acrónimo de Kentuky Fried Chicken, Taco Bell y Pizza Hut (siempre instalados uno al lado del otro al ser submarcas de Coca – Cola). Todos estos elementos urbanos integrados incluso en los diálogos sirven para reforzar en boca de los “mercurianos” su ingenua pretensión de modernidad y progreso y por el contrario, en boca de Mavis, la prueba urbana de la falsa y vacía promesa de la sociedad del consumo.

¿Es finalmente Mercury el paraíso perdido y “Mini apple” la degradación que resulta del desarrollo urbano aspiracional? ¿Es el idealizado Buddy Slade el príncipe azul por el que vale la pena regresar, destruir y conquistar?

Todas estas preguntas y el interés magnético que genera en el espectador ver a Mavis madurando mientras arriesga el pellejo en busca de las respuestas no solo transforman a Young Adult en un delicioso y existencialista bicho raro que vale la pena probar, sino que también en un cobijo interesante de una hora y treinta y tres minutos para todos quienes “sienten” con seguridad que los monolitos grises con su moral urbanística inexistente deberían irse a otro lugar.


Michel Gajardo Caselli Realizador y guionista chileno especialista en desarrollo de contenidos, amante del misterio, Sci Fi, paseos en bicicleta y la brisa marina. Ha realizado trabajos audiovisuales en Chile, España, Inglaterra y recientemente en India, desempeñando diversas labores creativas, en las que destaca el guión y realización para diferentes formatos y ventanas de exhibición (Al Jazeera Int., BBC Films, Telemadrid, TVN, Vía X, entre otros). Director del corto documental The Thin Line y fundador de Kungan Project, una plataforma de creatividad audiovisual. En su conjunto, los artistas visuales, gráficos, músicos y guionistas, quienes dan forma a esta plataforma, apuestan por el talento, la pasión y el trabajo riguroso sobre las ideas como la piedra angular sobre la cual construir todas sus narraciones.

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