Una película al día #135: “Imparable” (2010)

Sin frenos

[ por: Andrés Daly ]

Se acabó el tan necesario receso de Una película al día y es hora de seguir con esta sobredosis de películas, imágenes y textos en que me embarqué felizmente el año pasado. Sin paradas, como la película de hoy, no queda más que seguir entonces hasta la pelicula número 500 que postearé el sábado 8 de octubre de este 2011. Hay muchos títulos adicionales, además, con que ponerse al día en el camino, así que como dijo Ozzy Osbourne «Go loud! Go strong! Go proud! Go on! Go hard or Go home!». Así nomás es la cosa.

[ Nota: Desde ahora hay una página especial sobre Una película al día. Está en el menú superior y en ella puedes, en un estupendo y estimo muy práctico formato flash, ver una grilla de imágenes (que irá creciendo con el tiempo, claro) que representa a todas las películas vistas. Imágenes que sirven de índice y conducen con un click a cada uno de los artículos. ]

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Sin conductor. Sin frenos.
Frank (Denzel Washington) corriendo sobre un tren en marcha.

Desde la mítica Vanishing Point (1971) o ese memorable setup tras setup de acción llamado «Máxima Velocidad» (Speed, 1994) de Jan de Bont, que no veía una película bien construída que tuviese a la velocidad efectivamente como su eje. Por la buena recepción de público y crítica de «Imparable», al parecer a todos nos estaba haciendo falta un poco de viento en el pelo, rugidos estereofónicos en la sala de cine, movimientos de cámara veloces y adrenalina cinematográfica. Y sin el patriotismo norteamericano de otros directores que parecen tratar de convencernos además que la cámara lenta y los giros en 360 grados sobre un personaje los convierte inmediatamente en «héroes».

Tony Scott, la cámara más inquieta de occidente, suma una ¡quinta! colaboración con Denzel Washington (después de Crimson Tide, Man on Fire, la original Deja Vu y Perlham 1,2,3) con «Imparable» (Unstoppable) la historia de un gigantesco y rojo tren con una carga devastadoramente explosiva. Sin frenos ni conductor, éste va a toda velocidad «como un misil del tamaño del edificio Chrysler«, como nos ejemplifica gentilmente en una escena la guapa Connie (Rosario Dawson), una preocupada funcionaria de la descerebrada empresa que es dueña del ferrocarril devenido en mounstro metálico. Para peor – y gran placer morboso del espectador- el tren va en dirección al pequeño y humilde pueblo de Stanton, con una población sobre los 100,000, como un alarmista gráfico de las noticias de la cadena FOX también nos informa apropiadamente. Tal cual como si estuviéramos en casa viendo las noticias. De hecho, los medios juegan un rol importante en esta película, ya que el montaje intercala el punto de vista de nuestros protagonistas con los sucesivos despachos de la extasiada prensa -era que no- que siguen con frenéticos helicópteros al tren, a los videos de los periodistas en cruces, los locutores en sus estudios y voces en off sobre las imágenes aéreas.

Will (Chris Pine) y Frank (Denzel Washington) sacando cálculos.
Will (Chris Pine) está viviendo un primer día bien difícil.

Scott sube la tensión desarrollando la historia -basada además en eventos reales, lo que confirma, una vez más, la infinita condición de la estupidez humana- con los diálogos de nuestros protagonistas, dos conductores que viajan en un segundo tren que intenta dar alcance alcance al mounstro para detenerlo, el veterano Frank (Denzel Washington) y el novato Will Cole (Chris Pine) en su primer día de trabajo y como tandem juntos en las vías. Personajes que por suerte – y gracia del guión- tienen algo de espesor, junto a la mencionada Connie y un detestable ejecutivo de los ferrocarriles llamado Oscar Galvin (Kevin Dunn), villano que parece intentar colocarse a como de lugar en el hall of fame de las malas decisiones, con sus disparatadas y peligrosas ideas para detener al tren.

Por supuesto, las solitarias, monótonas y aburridas características del trabajo ferroviario -al menos, lo que se nos muestra de éste- son las que parecen incitar al primer y gran error del gordo Dewey (Ethan Suplee, el inmortal «Randy» de My Name is Earl, con un personaje totalmente irresponsable aquí), quien es el torpe conductor de tren que accidentalmente pone en marcha a la bestia. Estas mismas características al mismo tiempo permiten desarrollar las conversaciones entre Frank y Will mientras manejan en la vía y realizan su rutina matinal antes del caos. Cuando éste se ha desatado totalmente, ya sabemos que Frank y Will están separados en distintas formas de las familias que aman y conocemos de forma muy sintética, pero que tienen en común un factor: tanto las hijas de Frank como la esposa de Will están enojados respectivamente con ellos y no les hablan este día. Esto juega un rol interesante cuando quedan muchas palabras por decirse, enfrentados a que la vida puede no tener más que unos cuantos kilómetros más de duración. Frank y Will, luego de enfrentarse, medirse y conocerse en unas pocas horas, ya no les queda más que seguir sus instintos, trabajar juntos y realizar un acto que tiene tanto de altruísta y realmente heróico como de interesado (Stanton no es un pueblo desconocido para ellos y lo que pueden hacer este día puede cambiar sus relaciones familiares) y aquí es cuando la historia, como la mencionada Speed, además de estar envuelta en vertiginosa velocidad, se trata en concreto de tomar las decisiones más acertadas de la forma más rápida y corajuda posible, donde un error significa, siempre y definitivamente, la muerte. Muy entretenida.

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