Una película al día #131: “Días de Vino y Rosas” (1962)

El amor en el abismo

[ por: Andrés Daly ]

Kirsten (Lee Remick) y Joe (Jack Lemmon).

Descubrí, tardía y un poco infielmente, al actor Jack Lemmon en una comedia de los noventas llamada “Dos viejos gruñones” (Grumpy Old Men, 1993). Recuerdo por la prensa del momento que esta historia de «una pareja dispareja» se comercializaba y basaba todo su esperado éxito (que finalmente sí tuvo) en la vieja y querida nostalgia. Se trataba de volver a juntar a dos actores que ya habían explorado su química en pantalla antes, y realizar –felizmente- el plan de rescate de Lemmon, de una gran estrella del cine de los 60’s que resucitó en la década de los noventas en películas como la fulminante Glengarry Glen Ross (1992) y en uno de los tantos papeles secundarios de ese alucinante mastodonte informativo/conspirativo llamado JKF (1991) de Oliver Stone. ¿Cuáles eran los papeles entonces que habían dado realmente la fama a este viejo actor, que demostraba en la pantalla una sonrisa contagiosa que podía dar paso, en un rápido pestañeo, a una explosión de irascible energía?.

Some Like it Hot (1959), El Apartamento (1960), The Odd Couple (1968) son tres delicias que permiten inundarse del notorio talento de Lemmon; esa versatilidad, agudeza interpretativa, medida, energía y carisma que no pueden ser más evidentes en un papel tan delicado como el del alcohólico Joe Clay, en la película dirigida por Blake Edwards en 1962 titulada “Días de Vino y Rosas” (Days of wine and roses). Una década prodigiosa para Jack.

Joe Clay

Well, anything worth having is worth suffering for, isn’t it?

Ciertamente, existe un peligro muy grande al hacer un melodrama con tintes de historia de advertencia como éste. Sí, porque el panfleto y la película moralista acechan por una esquina, malditos, bobos y fáciles de ridiculizar, cuando el discurso amenaza con comerse a los personajes, el guión, los actores, el director y el barco completo. No hay actor que pueda salvarse de una dirección equivocada, de un torpe montaje, una musicalización sobre dramatizada y un error de tono que lleve toda la empresa por el camino del sermón dominical. Por suerte, este material cae en manos hábiles, en el hombre detrás de Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany’s) y aunque hay dos brevísimas escenas en un hospital que podrían haberse eliminado por el roce con este peligro latente, la película, astuta e inmisericorde, logra salir airosa.

Edwards nos cuenta la historia de Joe Clay (Jack Lemmon), un joven relacionador público, soltero y exitoso, que parece ir sin problemas en una autopista sin límite de velocidad hacia un éxito aún mayor si es que deja, como sus jefes le insisten, sus escrúpulos en el peaje. Entre fiestas de lujo, llegadas tarde a la oficina y un movimiento constante en la ciudad, Clay tiene, sin saberlo, un gran peso a cuestas sobre su futuro: una pasión desmedida por todo tipo de bebidas, siempre y cuando tengan algún tipo de alcohol en ellas.

Joe trabajando desde un bar.
¿Este es mi trabajo?
Joe y Kirsten en un ascensor.

Joe Clay

I walked by Union Square Bar. I was going to go in. Then I saw myself – my reflection in the window – and I thought, «I wonder who that bum is?» And then I saw it was me. Now look at me. I’m a bum. Look at me! Look at you. You’re a bum. Look at you. And look at us. Look at us. C’mon look at us! See? A couple of bums.

El agua se ve sucia de cerca, bella de lejos…

Clay conoce a una bella rubia, Kirsten Arnesen (Lee Remick), secretaria de unos de sus clientes y Edwards nos hace creer que estamos viendo una comedia romántica. Un Boy meets girl contado con mucho humor y las excelentes actuaciones de ambos, el juego en que Lemmon se mete para intentar conquistar a una escéptica y sobria Remick finaliza donde finalizan muchas comedias románticas. Un beso y una promesa de un futuro feliz juntos. Pero no hay final feliz, sino que la historia sigue, nace un hijo, la película no ha terminado y aquí Edwards agarra el timón con fuerza y nos lleva derecho hacia una tormenta.

El cambio de rumbo, de tono, fue gradual, aunque recordemos haber visto la tormenta de lejos. ¿Cuándo nos engañaron tan hábilmente?…esperen, ¿alguien se quiere bajar?. Demasiado tarde. La realidad se asienta, se acabó el chico conoce a chica y ahora estamos en Boy gets girl Drunk y Boy and Girl get very, very drunk together. Kirsten, rehacia a tocar una gota de alcohol antes de conocer a Clay, pero con una obsesión por los chocolates, cambia el cacao por la botella mientras acompaña a su novio y luego marido en lo que se suponen serán tiempos felices. En fiestas de nunca acabar, pero que sabemos que van a acabar mal. Joe y Kirsten se convierten en alcohólicos y empiezan, lentamente, a perder absolutamente todo. La fiesta ya no es tan graciosa cuando Kirsten quema el departamento por error en una borrachera, la hija de ambos vive en un limbo, Clay es despedido una y otra vez por sus ausencias, y ni el padre de Kirsten, un viejo y conservador granjero, debería confiar tanto en ellos. Cuando parece haber una luz de esperanza, Edwards la apaga en otra tormenta, peor que la anterior. Blake, ¿por qué nos haces esto?

Iceberg, right ahead…

Kirsten Arnesen Clay

Thanks for the compliment, but I know how I look. This is the way I look when I’m sober. It’s enough to make a person drink, wouldn’t you say? You see, the world looks so dirty to me when I’m not drinking. Joe, remember Fisherman’s Wharf? The water when you looked too close? That’s the way the world looks to me when I’m not drinking.

Edwards provoca más de algún nudo de garganta en esta historia de un hundimiento. Con una dirección inspirada, de planos abiertos, y largas tomas continuas, todo está puesto al servicio de la actuación de Lemmon y Remick, que como Joe y Kirsten se aman y odian tan intensamente como el vicio que ya no pueden dejar.  Pérdida de objetividad de una pareja que es más bien un trío, como Clay le dice a su mujer en un momento de lucidez: en nuestra relación somos tres, y la botella está entre ambos. Nos une, nos separa. La realidad “se ve tan sucia” nos dice Remick, mientras prefiere borrar su existencia.

Momentos felices que quedaron muy atrás.

Que lejos se esta aquí del alcohol como diversión, del delicioso amnésico, mecha de humor y líquido social infaltable con que Edwards nos embriagaba felices en comedias como The Party, Breakfast at Tiffany’s o Victor, Victoria. Para ver con chaleco salvavidas y una luz de bengala en la mano, porque este barco se hunde, intencionalmente, muy rápido.

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