Todo es tan absurdo: Contraté a un asesino a sueldo

(I hired a contract killer; 1990; Aki Kaurismäki [1])

No sé por qué está película me recuerda lo extraño que suele ser todo (por eso también me gusta la frase que cito). En una serie de fotografías de un Londres derruido llegamos hasta la burocracia de papel y escritorio (un mundo casi prehistórico comparado con la actual oficina llena de computadores que todos usan para “trabajar”, es decir, ver YouTube, actualizar el estado de Facebook, twiteear, etc.). Pero son los pequeños detalles los que construyen el espacio: un tipo durmiendo en el escritorio, un adorno de la torre Eiffel temblando por el movimiento de la máquina de escribir, etc.

Nuestro personaje principal por supuesto que es identificado visualmente: un zoom in directo sobre Henri Boulanger (que es interpretado por Jean-Pierre Leaud[3]), un personaje solitario, oficinista de lo rutinario. Una interpretación del actor que muestra al personaje con movimientos un tanto mecánicos. El caso es que Boulanger es despedido. La construcción de la acción es fría y calculada, tanto como los diálogos precisos y la imagen de Boulanger sentado mientras se llevan su escritorio:

 

Este oficinista despedido no tiene a nadie (algo que gráficamente vemos mientras hojea una libreta de teléfonos vacía[4]). ¿Por qué piensa en el suicidio? La soledad, el fracaso, etc. pueden ser razones, pero aquí no queda nada explícito, sólo vemos que este tipo quiere suicidarse, pero ¿cómo? Nuevamente mediante el uso de la imagen simple de Boulanger comprando una soga y mirando el techo averiguamos sus intenciones. A propósito de esta narración con imágenes que se suceden separadas por fundidos a negro se pueden señalar similitudes tanto con Robert Bresson (Un condenado a muerte se ha escapado, 1956), como con Jim Jarmusch (Extraños en el paraíso, 1984). La misma secuencia de Boulanger preparando su ahorcamiento tiene similitud con el personaje Fontaine de “Un condenado…” preparando su fuga. Sin embargo, aquí sus esfuerzos no son recompensados.

Además la narración con fundidos a negro continuos establece un suspenso premeditado sobre la acción, en el cual la historia se ve interrumpida a veces sin un cierre de lo que acontece. Me explico, por ejemplo si vemos al personaje huir de un peligro mientras ocurre el fundido a negro podemos suponer que logró escapar, pero no estaremos seguros de ello, y esto queda menos explícito cuando en la escena siguiente aparece el mismo personaje sentado en un restaurant tomando tranquilamente un café. Sabemos entonces que logró escapar, pero ¿cómo? Queda la acción rodeada por una elipsis constante.

Es interesante admirar la persistencia de Kaurismäki por mostrar mediante planos detalle los pequeños elementos que forman el espacio que recorre el protagonista. Es una especie de recorrido alternativo que lleva a constatar lo tangible de los objetos[5]. Son objetos que pueden o no tener importancia para la acción que observamos, estos últimos parecen ser más intrigantes (¿por qué es importante mostrarlos?). De esta forma es una constante para el director mostrar el contenido de un cajón, las cartas sobre la mesa, el vaso, los cigarrillos o las ruedas de un vehículo.

Cuando Boulanger ingresa al bar en busca del asesino que da título al filme, es recibido como en una cantina del viejo oeste, todos quedan en silencio observándolo, hasta que él exclama: “En mi pueblo, nos comemos sitios como este para desayunar”. Luego de lo cual los parroquianos continúan sus conversaciones tranquilamente. La contratación del asesino es muy similar a la compra de cualquier servicio habitual con frases como estas: “Pago al contado”, “Entrega a las dos semanas o se devuelve el dinero”, “Silencio absoluto por ambas partes”. Y nuevamente el uso del zoom in sobre el rostro del jefe de los asesinos para resaltar la sorpresa del personaje.

La historia y guión a cargo del director, basada en una idea de Peter von Bagh[6], continúa desplazándose en medio de esta convicción del personaje. Mientras espera a su asesino parece un personaje extraído de los cuadros de Edward Hopper, observando por la ventana, esperando tras la puerta. Así como también el asesino lo mira por la ventana a él mientras conversa con Margaret, la mujer que, cómo no, cambiará su forma de pensar. Luego de este encuentro, Boulanger se convertirá en un perseguido (con el sonido de los pasos del asesino que acecha su departamento).

 

El punto de vista de la historia se conecta entonces también desde Boulanger a través de Margaret hasta llegar al asesino (identificado como The Killer en el reparto e interpretado por Kenneth Colley), ofreciéndonos de esta forma una mirada del personaje que intenta humanizarlo sin dejarlo meramente como un estereotipo: lo vemos enfermo, cuando va al doctor, con su hija en su departamento, etc.

Es interesante también la visión de los caracteres secundarios que aparecen uno tras otro fugazmente en diferentes espacios y que se relacionan con los personajes principales, ya sea con Boulanger o con Margaret. Me refiero a que sus rostros expresan una especie de caricaturización de las personas del entorno: el taxista, el barman, el recepcionista de hotel, la casera del edificio, etc. Esta galería podría asociarse a la clase obrera inglesa[7], o al submundo del film noir[8], y puede ser recordada por el espectador porque Kaurismäki los presenta con primeros planos frontales como dejando marcada la impresión del reconocimiento, como él mismo ha dicho sobre el físico de sus actores: “Las imperfecciones, las distorsiones del gusto, incluso la fealdad, tienen su parte en el efecto de choque[9]. Quizás exista aquí cierta similitud a cómo se muestran también los objetos según lo mencionado anteriormente.

Por otra parte, la historia y estos personajes se enmarcan en un espacio citadino en ruinas. Cada recorrido que se hace de la ciudad de Londres no es turístico ni “de monumentos”, sino que se enfoca en aquello denominado como la “estética de la ruina”. Una explicación del concepto la encontramos en el texto de Marco Montiel Zacarías[10]: “El concepto de ruina perfila siempre una idea de conceptos duales, que se contraponen y relacionan entre sí, creando un sistema de aprehensión de la idea. Con ello nos referimos por un lado a la idea de construcción/destrucción y a la verticalidad/horizontalidad, situaciones que configuran el estado de ruina dentro de un ciclo infinito de nacer, morir y renacer. La verticalidad conseguida por la obra del hombre alcanzará inminentemente la horizontalidad del derrumbe en un acto de retorno a lo primigenio. Por otro lado, a la idea de razón/sentimiento y a lo bello/sublime como herramientas de juicio crítico y de valoración en el sentido de la experiencia estética que acompaña los fenómenos percibidos por el hombre y debido también a este poder evocador de las ruinas y su imagen, la idea de un sistema que nos lleva a un proceso de orden/entropía, nos invita pues, a la quietud/exaltación”.

Ahora bien, este espacio ruinoso será un espejo para el alma de Boulanger que se encuentra en estos momentos en una etapa de deconstrucción reflejo del ciudadano postmoderno, aunque sea un ciudadano postmoderno despedido como es el caso. No tiene interés por el futuro (hasta que conoce a Margaret), su realidad es incierta, existe fragmentación en el relato de su historia, el abandono de la estética de lo bello (tanto en el paisaje como en los personajes), además de ser un melancólico y un nostálgico (de una vida de trabajo rutinaria).

En la relación que comienza entre Boulanger y Margaret, nuevamente los diálogos sorprenden por el uso de frases cortas y contenido absurdo, pero preciso, sobre todo cuando consideramos que sólo va a comprar cigarrillos:

Todo es tan gracioso”. Me quedo con lo absurdo y lo gracioso de las situaciones; con los contrapicados sobre los personajes que parecen ser la mirada de un creador acompañándolos en la fatalidad; con esta narración entrecortada llena de elipsis; con la actuación mecánica de Jean-Pierre Leaud; con la mezcla de la música intradiegética. Pero sobretodo me quedo con la frase de Kaurismäki: “Escribo mis películas, las dirijo, las produzco…la pena es que no pueda hacer también sus críticas”.

Notas al margen:

  • El director Aki Kaurismäki aparece en un cameo vendiéndole lentes de sol a Henri Boulanger.
  • Película relacionada según IMDB[11]: On demande un assassin” (1949; Ernst Neubach).
  • En la escena del restaurant “Vic’s Hamburgers” se escuchan de fondo dos canciones de Carlos Gardel, una de ellas es “Cuesta abajo” (de la película del mismo nombre de 1934 dirigida por Louis J. Gasnier). Aki Kaurismäki ha dicho: “Me encanta Carlos Gardel, y por eso incluí el tango “Cuesta abajo”. Es el único baile que sé bailar. Soy honrado, y es un hecho que el tango nació en Finlandia[12].
  • Joe Strummer, cantante y guitarrista de The Clash, aparece cantando en un bar la canción “Burning Light”.

 

 


[1] Director nacido en Finlandia, 1957.

[3] Actor en: Los cuatrocientos golpes (1959, François Truffaut); Masculino, femenino (1966, Jean-Luc Godard); El último tango en París (1972, Bernardo Bertolucci); Face (2009; Tsai Ming-liang). El director Aki Kaurismäki es fundador junto a su hermano Mika Kaurismäki de la distribuidora cinematográfica “Villealpha”, que recibe su nombre en honor a la película de Jean-Luc Godard “Alphaville” (1965), en la cual actúa como mesero Jean-Pierre Leaud.

[4] Esto es lo mismo que un Facebook lleno de amigos y sin que nadie comente tu estado.

[5] Se denomina a esta intención: Función de constatación o efecto de realidad: cuando se subraya la presencia de objetos para resaltarlos se proporciona al relato un efecto de realidad.

[6] Profesor de historia del cine en la University of Art and Design Helsinki, ha trabajado en Finnish Film Archive, como  editor en jefe de la revista de cine Filmihullu, y co-fundador del Midnight Sun Film Festival.

[7] Como lo menciona Sergio Vargas en “Mirada de cine” N°58, enero 2007.

[8] Como lo menciona Diego Maté en “Cinerama – Dossier Kaurismäki”.