Lisandro Alonso filma su película más arriesgada y madura

Jauja comienza con estas palabras:

Los antiguos decían que Jauja era una tierra mitológica de abundancia y felicidad. Muchas expediciones buscaron el lugar para corroborarlo. Con el tiempo, la leyenda creció de manera desproporcionada. Sin duda, la gente exageraba, como siempre. Lo único que se sabe con certeza es que todos los que intentaron encontrar este paraíso terrenal se perdieron en el camino.

Lisandro Alonso (Buenos Aires, 1975), es uno de esos cineastas cuyo cine entusiasma al espectador que se deja arrastrar por sus películas, como también horroriza a todo aquel que no alcanza a comprender su lenguaje -y con ello- su mensaje. La propuesta fílmica de Alonso no concede término medio. Cuatro son los títulos que preceden a Jauja en la filmografía de Lisando Alonso: La libertad (2001), Los muertos (2004), Fantasma (2006) y Liverpool (2008).

El cine de Lisandro Alonso se inscribe claramente dentro del cine independiente, su labor tras las cámaras supone una corriente de planteamientos radicales, sin concesiones a la mercadotecnia o lo que entendemos por cine comercial. La construcción de sus películas se apoya con rotundidad en los rasgos emocionales de sus personajes, no entendiendo con ello los excesos -por ejemplo- del Von Trier más desatado, sino apostando por una interiorización de las sensaciones y los sentimientos que obligan -en este caso a Viggo Mortensen- a realizar un plausible ejercicio de contención interpretativa. El estilema de Lisandro Alonso es un arsenal de armas y técnicas comunicantes de carácter intimista.

CannesJauja

Las secuencias, en su inmensa mayoría, están formadas por planos fijos sin enlazar por fundidos o encadenados (exceptuando el plano final), el corte, los silencios, los vacíos, ese formato de aspecto antiguo, de esquinas redondeadas, provocan la sensación en el espectador de estar ante una paradoja atemporal. Alonso emplea una composición de campo casi pictórica, la cámara se mueve escasas veces durante el metraje, y quizá sea esa estática contemplación -que tanto evoca a Tarkovski- lo que permite participar al espectador a través de la imagen desnuda y reconocer así la morfología de la identidad humana.

El ritmo y las imágenes de las películas de Alonso, en general, rozan las técnicas documentales. Rodar el paisaje interior utilizando el paisaje exterior, es una aspiración conquistada en Jauja, y esa concreción audiovisual es uno de los elementos más poderosos de la película.

Los personajes de Alonso, desde su debut en el año 2001, vagan por el espacio en busca del sentido de sus vidas.

Merecen mención varios momentos de la película, como por ejemplo, el hallazgo del cadáver entre los tótems, el sueño bajo las estrellas del protagonista –única secuencia con música de la película-, el encuentro con la mujer de la gruta. Hay múltiples planos de factura poética donde la ausencia de los personajes concentra la mirada del espectador en los mínimos detalles de una naturaleza esplendorosa; las espigas agitadas por el viento y doradas por el sol, los intrincados tramos rocosos, áridos, el elocuente discurso de la lontananza.

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Viggo Mortensen, actor protagonista, mundialmente conocido por películas como El Señor de los anillos: La comunidad del anillo (Peter Jackson, 2001), quien además participa como músico y productor en la película, encarna al capitán Dinesen, un sombrío oficial danés encargado de colonizar tierras extranjeras. Su rol bien puede interpretarse como una crítica a la injerencia del imperialismo en el mundo. Sus compañeros de viaje, grotescos y obscenos, representan la crueldad del ser humano. Su estancia en la frontera del desierto, además de ser pésima por las condiciones de vida y las inclemencias del tiempo, es peligrosa debido a la probable presencia de los indios. La misteriosa historia del oficial Zuluaga es narrada por los personajes, y junto a la desaparición de Ingeborg, hija de Dinesen, vehiculan la trama de una película que, si bien es una constante búsqueda, podríamos decir que es un western existencial.

Si la taumaturgia del gran Jorge Luis Borges se consagró y brilló debido a su pasión por las ruinas circulares de la existencia, Alonso hace lo propio en este hipnótico viaje iniciático, invitándonos a lo metafísico por lo lírico, haciéndonos reflexionar, pero también sentir la angustiante miserabilidad humana y su obstinación por conquistar y poseer la belleza.

Gran parte del acierto de la película es debido a Timo Salminen (Helsinki, 1952), director de fotografía con más de treinta años de carrera, quien consigue que la cinta, además de ser densa -sonoramente hablando-, sea también muy luminosa visualmente. Su gran aportación a la película, desde el encuadre proporcionado, a la versatilidad de su profundidad de campo, pasando por la elección de colores, son factores clave que ayudan a potenciar la sensorialidad contenida en el cuento de Alonso. Buena muestra de ello son el plano posterior al título del comienzo y el plano final (narración circular), donde las focas y leones marinos que se mueven en el fondo de la imagen provocan un efecto inquietante.

Jauja, foto 2

Si hay algo que complica -y a la vez enriquece- la comprensión del argumento de la película, son las elipsis. Esa técnica narrativa, cuya analogía literaria serían los tijeretazos a la gramática -por ejemplo- de los poetas, añade misterio y magia a un relato que se rarifica exponencialmente conforme su personaje protagonista va adentrándose por parajes que no representan otra cosa que su soledad.

En definitiva, Jauja es una película muy recomendable, posiblemente una de las rarezas más fascinantes del pasado año. No es de extrañar que, para muchos, sea considerada una obra maestra; como mínimo, merece ser visionada, y que el poder de la filosofía pixelada dirima en cada mente su éxito o fracaso.

022008