Berberian Sound Studio (2012)

[ por: Luis Felipe Zúñiga ]

Recuerdo que en esas aburridas sobremesas de cuando era niño me gustaba llamar la atención deslizando suavemente por el borde de una copa vacía la punta del dedo índice previamente remojado. El seductor sonido que producía aquel roce, consideraba en ese entonces, aparte de alejarme de aquel tedio familiar, era lo más cerca que creía estar de la perfecta armonía acústica.

Aquella imagen se me viene a la cabeza mientras vuelvo a observar (y sobre todo, a escuchar) la cautivadora «Berberian Sound Studio». Porque si se tratara de bandas sonoras, el segundo largometraje del cineasta y músico inglés, Peter Strickland, se llevaría todos los galardones. Y es que esta historia sobre un sonidista británico encomendado para ecualizar la banda de audio de un filme de horror, no hace más que llenar de matices expresivos un recurso cinematográfico muchas veces mirado en menos: el sonido. Y de paso revitaliza un género del cine italiano conocido como giallo, hoy relegado a la categoría de culto, pero que durante su apogeo en la década de los setenta concitó la atención de espectadores y especialistas al encontrar en las pistas sonoras un objeto estético digno de devoción.

Años 70. Gilderoy (Toby Jones) es un ingeniero que viaja a Italia para musicalizar una cinta de horror titulada The Equestrian Vortex. Recién llegado a las dependencias del estudio Berberian (denominado así en honor a la fallecida mezzosoprano vanguardista, Cathy Berberian), éste pone a prueba su compostura ante la desfachatez de sus patrones – Francesco y Santini, productor y director de la cinta, respectivamente – quienes elusivamente se rehúsan a devolverle el dinero que empleó para el viaje hasta que finalice su cometido. Pasados los días, lo que en apariencia asoma como una labor de rutina, se vuelca en una delirante tarea. Así, Gilderoy, técnico más bien ligado al registro acústico de atmósferas silvestres de corte documental, terminará emulando a punta de machetazos y estocadas a sandías y repollos la brutalidad de una sangrienta cinta de horror demoníaco, labor que lo arrastrará a lidiar con sus más íntimos fantasmas.

Si bien tiene momentos de antología, sobre todo aquellos que resaltan el auténtico arte del protagonista (Gilderoy friendo al sartén un surtido de verduras para emular un barril de agua hirviendo o Gilderoy frotando suavemente una ampolleta con una rejilla para hacer las veces de platillo volador), BSS toma hacia el final rumbos narrativos que difícilmente hacen sentido. Y aquello que en principio se erige como un sutil vuelco a un género donde la ostentación decorativa y el exceso de psicodelia eran primordiales (véase los primeros trabajos del cineasta Darío Argento), termina despeñándose hacia un vacío y aparentemente inconcluso tercer acto.

Son escasas las películas donde el sonido se revela como fuente de reflexión. «Estallido Mortal», de Brian de Palma, y «La Conversación», de Francis Ford Coppola, asoman a primera vista como referentes. Pero lo que en éstas se constituía como un elemento de enriquecedora connotación, en BSS se erige como materia prima, marginando las posibilidades dramáticas del relato. Y eso, aún cuanto perilleo y ajustes se le apliquen, termina desafinando.

Arrivederci. Ci vediamo alla prossima.