Dossier Stanley Kubrick: Senderos de Gloria

Una ficción infernal

[ por: María Soledad Carlini ]

La muerte de Stanley Kubrick a días de montar “Ojos Bien Cerrados”(1999), película que abordó el tema de las cofradías satánicas, pareció altamente sospechosa. Se levantaron los rumores de un supuesto atentado o de una venganza propinada, magistralmente, por un sectario, muy parecido a los retratados en aquella cinta. Un episodio igualmente inusual sucedió después del estreno de “La Naranja Mecánica” (1971), que al parecer su ultraviolencia habría sido practicada por olas de delincuentes en el Reino Unido.

Es como si la fuerza discursiva de los filmes de Kubrick fueran tan impetuosos que, inevitablemente, tuvieran que traspasar las fronteras de la ficción. “Senderos de Gloria” (1957) no fue una excepción a este fenómeno, un filme bélico sobre la Gran Guerra, que sin atenerse rigurosamente a los hechos reales, tuvo mayor repercursión que cualquier libro de historia, jamás antes escrito.

La historia contextualizada en el enfrentamiento de fronteras en el año 1916, se ubica en el frente alemán-francés. Después de dos años de lucha, el ejército francés se encuentra estancado en su estrategia militar, por lo cual, los altos mandos galos deciden tomarse sitios claves para quitarle terreno más rápidamente a los alemanes. Uno de ellos es la llamada “colina de las hormigas”, un enclave en que los germanos han resistido estoicamente un año. Para expandir un ejemplo valeroso a las demás tropas francesas, se decide sacrificar a la patrulla más cercana, un pequeño grupo maltrecho y reducido, que tiene como líder al coronel Dax (Kirk Douglas).

La superioridad del ejército alemán (que nunca vemos), hace que las tropas francesas sean diezmadas y que los pocos sobrevivientes retrocedan incapaces de acercarse siquiera a las alambradas del enemigo. La dirección militar, en aras de su propio prestigio, juzgan sumariamente a tres soldados al azar por la supuesta insubordinación. El coronel Dax, quien ejerció como abogado, asume la defensa infructuosamente. Sin embargo, la pena de muerte estaba fijada de antes de la sentencia para dar un “ejemplo” a las demás tropas.

Kubrick, como una especie de escultor o artesano, tomó elementos acontecidos en el pasado, los ficcionó, les dio forma y engendró un discurso antibelicista. La historia mezcla tres hechos ocurridos: las dos órdenes del General Géraud Réveilhac que mandó disparar contra sus propias tropas, la pena de muerte dictada contra cuatro soldados de la Brigada 119 de Infantería por insurreccionarse en batalla, y un ajusticiamiento masivo de la décima compañía del batallón número 8 del Regimiento Mixto de las Tropas Tiradores Argelinos en un enfrentamiento en Bruselas.

Los dos primeros eventos no tuvieron consecuencias trágicas, al contrario de la película, ya que tanto el mandato del cruento general, como el resultado del juicio militar no fueron ejecutados. Sin embargo, ni las inexactitudes históricas, ni los cuarenta años de transcurridos los verdaderos hechos, ni la desaparición de los implicados bastó para que Senderos de Gloria fuera considerada una invención peligrosa: 18 años de censura oficial en Francia y 29 en España lo atestiguaron.

No es sólamente que una imagen valga más que mil palabras. Algunos expertos sostienen que el celuloide o el digital no sólo es una eficaz herramienta para los expresar el parecer de los movimientos anti-oficialistas o de contracultura, también es capaz de develar elementos subyacentes, “ lo invisible” en lo visible de la creación artística. De esta forma la crítica en contra de la autoridad militar no se agotó en el hecho de la primera guerra, llegó como un gran coletazo a los gobiernos militares de Charles De Gaulle, en Francia, y Francisco Franco en España.

Pero empecemos por desglosar las razones por las cuales este trabajo tuvo una censura tan unánime. En primer lugar, existe una desproporción en la representación entre la dirección militar, integrada por el General George Broulard y el General Paul Mireau (Géraud Réveilhac), y los combatientes en las trincheras. Mientras los primeros planean la muerte de centenares de hombres instalados en los amplios salones de un sofisticado palacio repleto de obras de arte, los soldados rasos viven a duras penas en los socavones, mimetizándose con el fango y soportando el terror hacia una inminente muerte dolorosa.

Los generales son tanto o más “psicópatas” que Alex DeLarge, protagonista de “La Naranja Mecánica” o el desquiciado Jack Torrance de “El Resplandor” (1980). No sienten empatía por sus víctimas, ni remordimiento alguno, e incluso el General George Broulard se da el lujo de ser relajado anfitrión en una fastuosa fiesta a horas de que los tres soldados sean fusilados.

Cabe destacar que Kubrick realizó un trabajo de documentación excepcional y que reforzó dichas diferencias. El blanco y negro del film y el trabajo claustrofóbico de los travellings, reprodujo con gran exactitud las fotografías de la época, mientras que en el caso de los escenarios lujosos en que se desenvuelven los generales responde más a razones dramáticas y discursivas del autor.

Asimismo, existe una tensión en aumento basada en los puntos de vista en que nos sitúa el director. En la primera escena, la historia es narrada a través de una voz extradiegética (aunque no se identifica, es  la voz de un militar del juicio militar) que nos contextualiza a través de datos y cifras concretas. Antes de que se emprenda el ataque de las tropas francesas, la cámara abandona el punto de vista objetivo y coincide nuestro ángulo de visión con el del Coronel Dax. Posteriormente, volvemos a tomar una visión subjetiva, cuando los soldados juzgados caminan hacia el patíbulo. De esta manera, los espectadores pasan de ser simples espectadores a ser las mismas víctimas, a vivir en carne propia la angustia, el verdadero Via Crucis de los tres soldados.


 

Parte de toda esta polémica fue la que ensalzó al film como obra maestra. Pero pese a tener, para muchos, la mejor actuación de Kirk Douglas y el genio formal excepcional de Kubrick, los personajes antagonistas no tienen la ambiguedad de la mayoría de los villanos kubrickianos. Los generales son malos hasta los huesos, sin posibilidad de redención alguna.

Misteriosamente, con la fortaleza del discurso, el film no acaba con el característico dejo pesimista de las obras de Kubrick. Al contrario, remata con una de las escenas más tiernas y conmovedoras que se puedan haber visto en un trabajo con estas características: las tropas francesas tarareando emocionadas la canción “Der treue Husar”, interpretada por una prisionera alemana, encarnada por Suzanne Christian, futura mujer del director.  Evidentemente, son las contradicciones y magia de un genio creador.

*Este artículo es parte del Dossier #2: Stanley Kubrick [ febrero 2011 ].

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